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Better Call Saul: la grandiosidad de esta serie

@Popcorn506 para El Observador En los últimos años, hemos podido disfrutar de alguna serie de nivel superior. No hablamos de…

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Better Call Saul: la grandiosidad de esta serie
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@Popcorn506 para El Observador

En los últimos años, hemos podido disfrutar de alguna serie de nivel superior. No hablamos de series buenas, porque de esas hay muchas. Hablamos de la crème de la crème.

Al decir esto, a casi todos le vendrán a la cabeza títulos como Six Feet Under, The Sopranos, Mad Men o Breaking Bad.

Esta última es, sin duda, una de las mejores series que se ha hecho. Y, además de ser buena per se, una vez terminada nos ha regalado un spin off que, con algunos matices, podríamos decir que está prácticamente a su altura.

Sí, eso es mucho decir. Pero es que aquí estamos para hablar de Better Call Saul, una vez que esta serie ha llegado a su fin.

Un pícaro abogado

Los seguidores de Breaking Bad ya estarán familiarizados con el personaje de Saul Goodman y con esa frase que da título a la serie: Better Call Saul.

Una frase genial que este pícaro abogado utiliza como lema comercial y que, de algún modo, dice mucho de él. Es un lema directo, descarado, sin complejos y tiene su punto cómico. Porque, cuando te encuentras en problemas y no sabes lo que hacer…

¿A qué se debe el éxito de esta serie de la que tanto habla la gente en las últimas semanas?

Se pueden dar varias razones. La primera, obviamente, que es una serie ideada y producida por la misma gente que consiguió crear Breaking Bad. Ya se sabe, con buenos mimbres es más fácil hacer una buena cesta.

Y el genio narrativo de Vince Gilligan y Peter Gould es una de las bases que consiguen conformar un producto tan consistente que, a pesar del riesgo que supone esta afirmación, va a permanecer imbatible y perenne durante mucho tiempo, como sucede con las series más grandes.

La segunda razón en la que se sostiene la grandiosidad de esta serie es el genio interpretativo del reparto principal.

No sabemos decir cuántos nombres, si tres, cuatro, siete u ocho. Pero los actores que nos maravillan capítulo tras capítulo son los suficientes como para que su mera aparición delante de la pantalla nos haga sentir especiales.

No siempre se tiene el privilegio de ver tantos actores de primer nivel y, lo que es mejor, con personajes que parecen hechos a la medida de sus cualidades y capacidades. Un enorme acierto del equipo de casting, sin ninguna duda, pero también de la mano de los directores principales al llevarlos a lo largo de la historia.

Un enorme acierto: el casting

Hablamos, para empezar, del gran protagonista, que ya consiguió acaparar mucha atención en Breaking Bad gracias al personaje que encarnaba: Bob Odenkirk, de algún modo como sucedió con Bryan Cranston en su momento, se ha destapado como un talento destacado de su generación.

Tal vez un poco tarde para el gran público, pero con la osadía y la desvergüenza necesarias como para hacer creíbles a personajes cómicos y dramáticos por igual. Lo bueno es que, con Saul –o Jimmy McGill, como se prefiera– prácticamente nos da los dos en uno. Pero no adelantemos cosas, que esto también lo veremos.

Rhea Seehorn tampoco era tan conocida para el público, y no había salido en Breaking Bad, aunque su nombre sí resultará familiar para los más cercanos al círculo cómico de la televisión estadounidense. Pero, de algún modo extraño, refleja una química gloriosa con Odenkirk y sus dos personajes se complementan a la perfección.

Jonathan Banks y Giancarlo Esposito también venían de la serie madre. Encarnaban a unos personajes a los que se había cogido un gran aprecio en aquellos años –ya una década atrás– y se agradece en calidad y cantidad su presencia aquí.

Pero, y sin ánimo de resultar injustos con los que se omiten y también podrían ser nombrados, pero dejamos de lado para no ser exhaustivos, la cremita la pone, aunque en un papel más breve en términos estacionales, Michael McKean. Nos extraña que no se llevara ningún premio gordo, como el Emmy, por alguna de sus magníficas interpretaciones durante las primeras temporadas. Pero, además, resulta un personaje clave para entender la historia completa de Saul Goodman, por lo que el aprecio adquirido tiene distintas aristas que nos encanta reconocer.

En cuanto a lo que nos referíamos previamente, sobre el tono de la serie y el de su propio protagonista, es lo que juega a favor para distanciarla de su serie original y para marcar un poco de diferencia con muchas series contemporáneas. Porque el humor que aquí se destila siempre viene del mismo lugar, y es un humor que cuesta clasificar. La picaresca de Jimmy McGill es atrevida y grosera, llegando a bordear en muchos casos la ilegalidad, pero sin caer demasiado por ese precipicio. Y ese tono que va describiendo al fondo de la serie, amenazando y atenazando, pero sin caer ni en el humor burdo ni en la bajeza, consigue aportar un equilibrio muy significativo, tremendamente complicado, porque no estropea el terror que debería suponer una serie sobre narcotraficantes, pero tampoco hace que perdamos el interés original que un buitre como Saul provocó en nosotros.

Lo bueno de esta serie es que, a pesar de haber finalizado ya, aporta un montón de horas de calidad televisiva. Prácticamente cada plano es una obra de arte, en cuanto a composición, fotografía, color. etc. Y eso, añadido al buen gusto que tienen para la música que acompaña, y un montaje tan bien cortado como si estuviera hecho con bisturí eléctrico, hacen de esta serie algo casi esférico.

En definitiva, cuesta encontrar un punto flojo. Son muy pocos los capítulos que bajan del sobresaliente, y el interés se mantiene en alto en cada final de capítulo y, aunque ahora no sea tan apreciable, se mantenía arriba del todo al final de cada temporada.

Nosotros la hemos terminado de ver estos días y estamos tan tristes por su final como agradecidos por haberla conocido. Ha sido un placer, Saul. Ojalá se diera la oportunidad de volver a coincidir.