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Costa Rica y la siesta

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Observador CR

Manuel Guisande para El Observador

El mundo suele estar todo casi siempre al 50%, un fifty-fifty que dicen en Roland Garros. Hay hombres y mujeres, altos y bajos, delgados y gordos, y quienes duermen la siesta y los que no.

Todo es mitad mitad, excepto para mi vecina Maruja, que cuando va a la compra, se acerca a donde los fiambres y suelta: “Y de queso, cuarto y mitad”.

Y te lo juro que lo de “cuarto y mitad” debe ser una medida nueva de peso porque me tiene frito, ni idea hasta que lo veo, pero luego, al cabo de unas semanas se me olvida y vuelta a empezar con eso del “cuarto y mitad”. Una pesadilla, y así es mi vida, pero entera.

Pero, pese a que todo en la vida está a medias, los que no duermen la siesta no entienden a los que cuando vemos una cama ya nos tiramos a lo fosbury con una alegría que ni que ganaras ocho jubileos seguidos de una tacada.

En Costa Rica no iba a ser menos, con esas playas blanquecinas que parecen sábanas… bueno bueno

Origen romano

Pero antes de explicarte este asunto de la siesta te voy a contar su origen, que tiene su cosa. La siesta, lo que el premio nobel Camilo José Cela denominaba el yoga hispano, se remonta a la época de los romanos.

La “sexta hora” era la expresión que utilizaban para referirse a la costumbre de guardar silencio y reposo después de la comida del mediodía.

Y de “sextear” o “guardar la sexta” fue derivando el asunto a “sestear” o “guardar la siesta”; y derivando y derivando estamos ya en el término, “planchar la oreja” o lo que los anglosajones dicen “nap”; vamos “nap”, como lo de la apnea, pero de una hora.

Es decir, que la siesta es buena para todos; ya empezando para los romanos, que descansaban, y para los no romanos, que sabiendo que los romanos sexteaban, al menos tenían unas horas en las que sabían que no iban a ser pasados a cuchillo.

Esto, pues, en esos tiempos… como que se agradecía. O sea, que, por acción u omisión, la siesta era y es beneficiosa, y en esa tradición seguimos.

Y explicado el origen, el problema de esta inactiva actividad está cuando alguien te invita a una comida. Entonces, tras acabar las viandas, a los que no sestean lo que les encanta es la sobremesa, se ponen a hablar y hablar.

Lo mismo les da que sean los seis que las ocho de la tarde, con la copita en la mano, el cigarrillo y sonriendo, le dan a la labia hasta el infinito; pero para que los que sesteamos… un drama.

Adormilado, sofronizado

Incluso los hay que, no sé si es porque no tienen nada que hablar o son mudos, se ponen a jugar a las cartas. En tanto ellos dicen no sé qué de la sota, el caballo y el rey…

Cuando oyes eso del rey, mira si estarás sofronizado que a punto estas de decir que no se hable de política, tú ni te enteras y, cada carta de espadas que ves, te da ganas de clavártela a lo samurái porque con tanto ruido no hay quien pegue ojo.

Y es que quienes al poco de acabar de comer entramos en un estado catatónico inimaginable, es cierto que estamos allí, en la mesa, pero físicamente, porque mentalmente no.

Sinceramente, el Código de Penal debería recoger en algún artículo que si eres profesional de la siesta, digas lo que digas a esa hora es una eximente completa.

Y debe de ser una eximente completa porque no sabes ni lo que preguntas ni lo que respondes, hasta el punto que si, por ejemplo, te llamas Javier o Roberto, y alguien te dice Alejandro, hasta contestas.

Tres ventajas

Analizados pues los antecedentes de este proceso irreversible, la pregunta más lógica sería: Si se llega a ese estado de semiinconsciencia, a esa especie de letargo existencial que te da lo mismo diez que cien que cuarenta, e incluso cuarto y mitad…

¿Por qué es buena la siesta? Pues por tres razones a saber, que seguro, hay muchas más, que no son listos en Costa Rica:

Una, porque si sueñas algo maravilloso… genial porque no te lo esperabas.

Dos, porque si tienes una pesadilla te dices “¡uff!, que tontería, si era la siesta”.

Tres, porque no mareas y das unas alegrías a tanta gente… pero a tanta tanta que nunca te lo imaginarías ni te lo imaginarás, porque como estás con la siesta, dormidito…

Manuel Guisande