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Ibrahim, un cuerpo marcado para siempre por la guerra en Siria

(Deir Hassan, Siria) Perdió tres dedos en un bombardeo, una parte del oído en un ataque, luego la vista y…

Por AFP

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Ibrahim, un cuerpo marcado para siempre por la guerra en Siria
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(Deir Hassan, Siria) Perdió tres dedos en un bombardeo, una parte del oído en un ataque, luego la vista y sus piernas. Cada vez que Ibrahim al Ali huyó de la violencia en Siria, la guerra lo volvió a atrapar y tatuó su cuerpo.

En un campamento de desplazados del noroeste del país, este padre de cuatro niños revela las heridas de un conflicto que entra en su décimo año: cicatrices en el pecho, en el brazo, en el cráneo, la nuca y la cintura. “No puedo sostener a mis hijos”, lamenta este antiguo herrero de 33 años.

En su teléfono, Ali guardó fotos antiguas que lo muestran como un joven esbelto.

“No puedo trabajar ni moverme”, dice sentado en el suelo, con los ojos cerrados y tratando de encontrar su taza de café colocada frente a él.

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De ciudad en ciudad

Hoy vive cerca de la frontera turca, zona relativamente alejada de la violencia. Como casi un millón de personas según Naciones Unidas, huyó en la última ofensiva del régimen y su aliado ruso contra la región de Idlib (noroeste), último gran bastión yihadista y rebelde de Siria.

A inicios de marzo, el gobierno de Bashar al Asad aceptó una tregua, pero sigue siendo frágil. En los últimos años, Ali ha huido de ciudad en ciudad, para escapar a los bombardeos.

No oculta su oposición al régimen. En dos ocasiones al comienzo del conflicto, dice que fue encarcelado varios meses por participar en reuniones a favor de la democracia.

Luego, en 2013, debió huir de su pueblo natal, en la provincia de Hama (centro). En la ciudad de Latamné, fue herido por primera vez cuando aviones del régimen lanzaron barriles de explosivos.

Luego se trasladó a Maaret Hourma, en la vecina provincia de Idlib. Durante un bombardeo de su casa, resultó gravemente herido y perdió tres dedos de la mano izquierda.

Perdió la vista, la capacidad en un oído, las piernas, dedos…pero no el odio contra Bashar al-Asad. (AFP)

A inicios de 2014, en otro pueblo de Idlib, su caja torácica se fracturó en los bombardeos. Al dirigirse a los alrededores de Jan Sheijun, también en Idlib, se sintió casi aliviado de haber vivido “casi un año entero sin ser herido”.

Pero durante ataques a fines de 2016, fue herido en la cabeza y desde entonces sólo puede escuchar con un oído.

En el verano de 2018, escapó de milagro a la muerte. Instalado en otro pueblo de Idlib, un día pisó una mina al volver del trabajo. Fue gravemente herido en las piernas, y la amputación a nivel de las rodillas fue inevitable. Pero también fue herido en los ojos.

“Fue el último día de mi vida, el último día en el que pude ver el mundo”, lamentó.

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“Negro absoluto”

Llevado a un hospital en Turquía, pasó un mes en coma. “Desperté, el mundo era de un negro absoluto”, contó Ali.

De este último trauma, perdió también la memoria. Cuando la recobra al cabo de cinco meses, la violencia lo expulsó de nuevo. “Teníamos que seguir huyendo”, relató.

Ali y su familia están actualmente alojados por su hermano, cerca de la ciudad de Deir Hassan, en una casa de hormigón, techada con una lona de plástico.

Para desplazarse o salir a tomar el sol, el padre de familia se levanta difícilmente sobre una silla de ruedas vetusta, empujada por sus hijos o su hermano.

Más de nueve años después de las primeras manifestaciones contra el régimen, en marzo de 2011, todo lo sufrido no ha disminuido el odio de Ali contra Asad. Al contrario.

“Prefiero ser cortado en pedazos (…) que aceptar vivir con mis hijos bajo el poder de Asad”, sentenció.

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