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José Sancho, del niño que contemplaba el estero y hoy es el Magón

Entre serpientes de piedra, una mañana cualquiera, José Sancho comienza a caminar en aquel jardín, un jardín que no es…

Por Ana María Parra A.

Tiempo de Lectura: 7 minutos
José Sancho, del niño que contemplaba el estero y hoy es el Magón
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Entre serpientes de piedra, una mañana cualquiera, José Sancho comienza a caminar en aquel jardín, un jardín que no es cualquier jardín. Es escultórico; cantos de ríos, piedras, granitos, metales, hierro, aluminio y objetos encontrados han tomado forma de esculturas. Un jardín que como un cinturón rodea la morada-taller de quien hoy es el Premio Magón 2018, el galardón que se entrega a toda una vida dedicada, relevantemente, al arte y la cultura.

El 18 de abril pasado cumplió 84 años, de los cuales más de 40 han sido en cuerpo y alma para la escultura; mostrando y dejando su obra pequeña, mediana o monumental, lo mismo en Costa Rica que en una larga lista de otros países.

“Sí, la escultura y yo somos lo mismo”. No hay otra conclusión más rotunda que esa porque él vive rodeado de su obra y de su proceso. El que era su taller; es hoy su casa. El que era el garaje, es hoy su taller. El que era el patio; es hoy su jardín escultórico.

Pasa en medio de sus cardúmenes, sortea su “Colonia de Pingüinos”, transita entre “Trompa y trompita” y  “Baulas” -que los mismo son de metal que de granito-; se detiene parar mirar “Palmas” que en hierro y de furioso rojo se abre en su jardín- y llega, a paso calmo, hasta la versión en escala de “Guaria Roja” -porque la obra original de 10 metros que se yergue en Escazú Village no cabe en el jardín-. Se detiene en “Andrógina”, grandota, fuerte; en ella se apoya.

“Palmas” en hierro , obra de cuatro metros de altura que se levanta en rojo furioso en el jardín escultórico de la morada-taller de José Sancho. (Alonso Solano/El Observador)


Del economista al artista

Todo José Sancho es escultura. Lo fue mucho antes de que él mismo descubriera que era un escultor. El hijo nacido cerca del estero en Puntarenas de un flautista de la Banda Militar y de una costurera, de niño tuvo el tiempo parar hacer muñecos y figuritas en barro de olla para el portal, pero cuando su familia migró a San José, y él fue haciéndose grande, la vida le puso otros caminos.

Se graduó en 1958 como licenciado en Economía en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Costa Rica, y con el reconocimiento como el mejor estudiante de la carrera. Dibujaba en aquel entonces, fundamentalmente caricatura, pero el estudio consumía su tiempo y aquella afición fue relegada a lo marginal.

En Guatemala ejerció como economista en la sede de la Secretaría de Integración Económica Centroamericana (SIECA); obtuvo un posgrado en Economía Industrial en el Instituto per la Ricostruzione Italiana, en Roma; llegó a trabajar en  Washington como funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y al regresar a Costa Rica fue asesor en economía, finanzas y administración e incluso ocupó cargos en el Ministerio de Hacienda y en el Instituto Centroamericano de Administración Pública ICAP. Tiempo y espacio en la agenda para el arte, no había.

Lo que antes era su taller, es hoy su casa. Vivir y hacer escultora son dos acciones que van de la mano para José Sancho, por eso le llama: “mi morada-taller”. (Alonso Solano/El Observador)

Pero el arte tiene sus formas y sus mañas y un buen día, el arte mismo no pudo más: emergió indómito, tanto que, José Sancho no pudo hacer otra cosa más que dejarse ser. En ese momento no lo sabía, pero su afición por la carpintería era un síntoma del ser escultor.

“Yo tuve que estudiar economía porque era lo único que podía financiar trabajando de día y estudiando de noche. Era lo que tenía a mano, pero siempre estaba la espinita, las ganas, de hacer carpintería. Tenía mi tallercito en la casa donde hacia los muebles, los juguetes de los chiquillos. Simplemente, soy un carpintero.”


Por Rafa Fernández y Picasso

En medio de la carpintería, y ser economista, había empezado a pintar y en 1973 expuso, junto a César Valverde. Sus viajes le habían permitido ver esculturas en otras partes del mundo, especialmente las del rumano-francés Constantin Brâncuși y ahí comenzó su inspiración por las estilizaciones en mármol.

Pero fue con “Cabeza de Toro”, de Pablo Picasso, que vio en el museo que en París, que despertó hacía la escultura con objetos encontrados.

“Cuando yo vi la “Cabeza de Toro” hecha con un sillín y el manillar de una bicicleta, dos elementos que (Picasso) no los modificó simplemente los ensambló me dije: ´la verdad, es que yo podría hacer esculturas como esa utilizando objetos encontrados de hierro’.” Y así surgió “Alacrán”, su primera obra escultórica hecha con un medidor de agua que habían desechado en casa.

Aún hoy sigue construyendo con sus manos las butacas de su sala, pequeña y bien habitada por las 35 obras que conforman su colección permanente protegida por la Fundación José Sancho.

Era en chatarrerías donde principalmente José Sancho capturaba sus objetos encontrados, y aunque hacía y hacía obras seguía pintando.

“Andrógina”, obra en piedra y granito. Forma parte del jardín escultórico de José Sancho. (Alonso Solano/El Observador).

“Yo era un pintor de fin de semana. Y había acumulado algunas obras que pretendía exponer y fue cuando me acerqué al gran pintor nuestro Rafa Fernández para que viera mis pinturas. En realidad él se interesó más por algunas obras escultóricas hechas de objetos encontrados, y me propuso hacer una exposición de esas piezas, y que trabajara algunas más”.

“Ese consejo de Rafa Fernández fue lo que me hizo dar un vuelco completo, porque una vez que me puse a hacer escultura, ya no pude hacer otra cosa”.

Y su obra es el más fiel testigo de que al empezar no pudo parar, jamás. Tras “Alacrán” vino su primera exposición como escultor en 1974 en los Jardines del Teatro Nacional, San José, y un año después su primera obra monumental, “Fuga de Peces” que fue colocada en Chacarita, Puntarenas; y en 1976 su pieza “Bandada de pelícanos” fue colocada en Limón. Hoy, ambas obras han desaparecido.

Paralelo a sus esculturas con objetos encontrados hizo sus primeras fundiciones en bronce, “Ave” y “Colibrí”. Luego pasó a la talla en madera y en piedra, así las piedras fueran sacadas del río cercano a su casa. Tras ello vino el mármol, el granito, el hierro y el aluminio.

“Esa pasión estaba reprimida, y no sabía que la tenía. La vocación estaba ahí encadenada y llegó un momento en que brotó espontáneamente, libérrima, de lo más interior de mis entrañas y entonces ya yo no pude seguir haciendo estudios de factibilidad, ni proyecciones de mercado. Yo tenía que ir a buscar objetos para hacer esculturas y luego piedras y maderas para tallarlas. Se convirtió en una pasión, y a veces con frenesí, porque trabajaba constantemente día y noche”.


El buen observador

En un proceso autodidácta, José Sancho fue haciéndose escultor con la observación como método. Viajando a lugares como la Antártida, África, Egipto, Islas Galápagos, la Isla de Pascua, la Isla del Coco y las reservas y los parques de Costa Rica, él estudió las técnicas de manejo de los materiales, las formas en que en otras culturas sacaban hacen miles de años atrás proporciones, medidas y ángulos e incluso  tomó inspiración para obras  como las vinculadas a pingüinos.

“Sigo siendo observador y amante de la naturaleza. Veo toda esa flora y esa fauna y es una atmósfera que me enriquece, que me hace sentir esa pasión por expresarme escultóricamente sintetizando detalles”.

La flora, la fauna y la figura femenina son temas, no recurrentes, sino fundamentales en la extensa obra de José Sancho. “Me marcó el hecho de que yo hubiera nacido en las cercanías del estero de Puntarenas. Me embelesaba viendo la flora y la fauna de esos alrededores, de sus paisajes, las bandadas de pelícanos, las mantarrayas saltando, los cardúmenes en el estero, las perezosas con sus crías… esas imágenes se fijaron muy bien en mi memoria y aún las conservo. El hecho de admirar la belleza y la sensualidad de las mujeres es lo que yo ahora trato de expresar mediante los torsos.”

Sus memorias, sus reflexiones, sus emociones, los materiales que han pasado por sus manos han sido visibles en Costa Rica y en el extranjero.

En 1988 fue su primera exposición en el extranjero, una muestra colectiva, en La Maison de l` Amerique Latine (París), y de ahí en adelante su escultura ha estado en el Museo de Arte de las Américas, en Washington D.C. -con la obra monumental en madera “Gran cardumen”-; en Lahr, Alemania; en el Navy Pier de Chicago (Illinois); en Israel; en Bruselas (Bélgica); en Canadá, en Italia -en la ciudad de Carrara trabaja sus obras monumentales- y en el jardín de esculturas de Bishkek, capital de la República de Kirguizia, en Asia Central.

Recientemente, en el 2017, su obra llegó al Museo de Pera, en Estambul (Turquía). Fue la muestra “José Sancho: Erotik Doga” (“José Sancho: Naturaleza Erótica”) que además dio paso al documental “Movimientos en piedra, madera, metal” del cineasta costarricense Leslie Calvo Grijalba.

Costa Rica tiene también en sus suelos la obra de José Sancho. “Epítome del vuelo” se encuentra instalada en la “Plaza de la Libertad Electoral” en el Tribunal Supremo de Elecciones en la ciudad de San José.

Algunas obras del jardín escultórico datan de los primeros años de trabajo de José Sancho. (Alonso Solano/El Observador)

“Arboriforme I” fue instalada en el campus de la EARTH, en Pocora, Limón, mientras que, “Arboriforme II” y “Espíritu del vuelo” fueron colocadas en los Jardines del Banco Central, y la pieza “Arboriforme III” en los Jardines del Museo de Arte Costarricense.

Su obra monumental “Columna Arboriforme” está en el Parque de la Paz, y hace cinco años se inauguró el Paseo Escultórico en la Universidad de Costa Rica que alberga una donación de nueve obras sobre el tema de la animalística hechas en granito, hierro y mármol.

“Yo soy un trabajador, me gusta trabajar. Amo la naturaleza, y no sé si eso es romántico o poético, pero sí trato de que mis obras expresen, de alguna manera, belleza. Yo soy un ser humano permanentemente disconforme conmigo mismo.  De ahí la lucha por lograr algo mejor, por superar esa disconformidad y sentir esa satisfacción del trabajo cumplido”.

El recorrido por el jardín ha terminado. Seguramente, lo repetirá una mañana o tarde cualquiera porque es su disfrute hacer la visita guiada a quien quiera conocer su obra.

El sol alcanza su altura propia del mediodía, y sentado en una banca por él construida, confiesa al preguntarle si escribiría sus memorias: “no soy tan bueno con las palabras, es que la escultura es lo mío.”

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