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La prejubilación, otro flash

Manuel Guisande para El Observador Lo de prejubilación es otro toque psicológico. ¿Cómo se inicia este proceso en el que…

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La prejubilación, otro flash
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Manuel Guisande para El Observador

Lo de prejubilación es otro toque psicológico. ¿Cómo se inicia este proceso en el que te dicen que ya tienes una edad? Pues como casi todo en la vida, de casualidad, cuando oyes a un amigo que comenta que la va a pedir.

Tú lo oyes como que no va contigo y así estás cuando te suelta: ¿y tú no la vas a pedir? Y respondes: ¿yo, pedir yo la jubilación anticipada?

Y hasta eres tan ingenuo que añades: ¿por qué?

Vamos a ver… tú nunca fuiste un adelantado en esto del existir, ¡¡pero por qué va a ser, hombre de Dios, por qué va a ser!!.

Quizás porque tienes dos hijas que tienen ya veinticinco años… o a lo mejor es porque ya recibiste de tu empresa una insignia de oro… ¿Te vale como pista o te hago la prueba del carbono 14?

Total, que no sabes muy bien cómo, pero un día te ves en la Caja Costarricense del Seguro Social frente a un funcionario y aquí puede pasar de todo, que pienses como asesinar al mae que cobra del Estado o darle las gracias, porque te puede tocar el que se desvive por ti, pero como des con el que tu pensión parece que la paga él… lo tienes claro.

Cálculos y más cálculos

Entonces preguntas qué diferencia monetaria hay entre la jubilación anticipada y la ordinaria. Es preguntar eso y con una rapidez inusitada, el funcionario o funcionaria mete tus datos en el ordenado, saca de papel y te dice que son $700.

Como ya has hecho cuentas en casa, pues una pensión de entre $600 u $800, no está tan mal. Pero entonces añade una frase que te destroza: “esto es aproximado”.

Y claro, ¿qué entiende el Estado por aproximado?, porque para ti, si la aproximación pasa de 50 $, más los 100 por ser jubilación anticipada, ya nos vamos a los 150, que no es lo mismo, ¡qué va a ser!!

Y allí, sentado en la silla eléctrica, porque nadie me quita de la cabeza que está electrificada, ya que tanto nerviosismo natural es imposible, entonces dices que sí, que la vas a pedir y puntualizas “si no le importa”, porque igual le importa, que esa cara no es normal.

Menuda palabrita

Entonces el funcionario te entrega unos documentos para que rellenes y, cosas de la vida, lo primero que se te ocurre al verlo es por qué hay tanta gente sin casa con tantas casillas vacías, sí, casillas, que hay como para meter a media Costa Rica. Pero bueno, esto es fugaz.

Coges de boli y empiezas a escribir, pues como lo más normal: “ju”, “bi”, “la…”; y cuando ya vas por “jubila”, como que te miras y te dices: ¿Pero soy yo?

¿A que esta palabra termina en “ón”? Y por mucho que la ves escrita no te lo crees, ¡¡¡que no te lo creeesss!!!; pero todo se aclara cuando te levantas, así como impetuoso y… ¡¡Ay, el lumbagoo, el lumbagooo!! Sí, eres tú.

Del libro “¿Se es viejo a los 60?, tás de broma” Amazon

Manuel Guisande