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Los hijos y la música

por Blog
Observador CR

Manuel Guisande

Manuel Guisande para El Observador

Como he comentado en otro artículo, en esta época del año y de vacaciones son muchas las horas en las que después de la playa tienes para darle al cerebelo.

Y cada cual, pues cavila lo suyo, es, lo que digamos, “momento meditación” o “momento de tanto me da, que me da tanto”. Pseudoanestesia, para entendernos.

Yo, por ejemplo, hay días que creo que estoy en un hospital, pero no porque me encuentre mal, que mentalmente peor ya no se puede estar, no.

Yo es que veo a mis hijos  con los cascos de los móviles en las orejas y pienso si lo que llevan son fonendoscopios y son médicos.

Yo no lo digo en casa para que no me tomen por raro, pero en más de una ocasión a punto he estado de desabrocharme la camisa para que me auscultaran a ver cómo van los pulmones o si la sístole y la diástole siguen su particular fiesta.

Imposible ser médico

Reconozco que son solo instantes, porque inmediatamente te das cuenta de que no, que por mucho fonendoscopio que me parezca, la medicina no ha podido cambiar tanto porque un doctor, un señor doctor en bermudas, con 16 años y con el pelo de color azul… pues que no me cuadra.

Yo a veces, cuando voy en auto, les digo: “Fijaros en este paisaje que bonito es; hay una historia que dice…” Pero lo mismo podría decirles eso como que en ese lugar me dio un infarto, miro por el espejo retrovisor y allí están  sentados, derechitos como si fueran libros en una estantería. Y todos, pero todos, con ese cableado que parece que sale del cerebro y les pasa a las orejas.

Y claro, como un día uno me dijo que en esos aparatos pueden almacenar mil canciones o más, pues mil temas a tres minutos cada uno dan como dos días sin parar oyendo música.

Si tenemos en cuenta que duermen ocho horas, salen con los amigos y conmigo están como mucho cuatro minutos… pues cuando quieran hablarme me van a pillar con ochenta o noventa años, canción arriba canción abajo.

Igual un día se equivocan y te llaman

A veces pienso también si, con tanto Internet, a lo mejor terminan de teleoperadores de cualquier compañía telefónica. Y la verdad, aunque a mi ese trabajo no me gusta mucho, en el fondo casi lo deseo.

Porque igual un día se confunden de teléfono, me llaman, y entre que me comentan las ofertas y me dicen los programas que puedo ver, hasta puedo preguntarles que tal está su padre; o sea, yo.

Supongo que esto pasa en todas las familias, lo único malo es, por lo que me he enterado, que por esos cables no pasa electricidad, y eso es una pena, porque a veces, pero solo a veces, pienso que si les cayera una descarga de 500.000 voltios y espabilaran…

Manuel Guisande