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¿Cómo es morir en Nicaragua en tiempos de COVID-19?

Confidencial (Nicaragua) para El Observador “Rosie” murió el tres de junio a las 10:30 de la noche. Así lo confirma…

Por Confidencial, Nicaragua

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¿Cómo es morir en Nicaragua en tiempos de COVID-19?
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Confidencial (Nicaragua) para El Observador

“Rosie” murió el tres de junio a las 10:30 de la noche. Así lo confirma su acta de defunción. Pero su familia lo supo hasta el jueves cuatro de junio, a las 4:30 de la tarde, cuando ya habían pasado 18 horas de su fallecimiento. “Rosie”, de 58 años, no pudo despedirse de sus hijos, porque desde que fue internada, dos días atrás, ya no tuvieron contacto con ella.

A su familia nunca le dijeron que tenía COVID-19. Su acta de defunción asegura que falleció por “insuficiencia respiratoria y neumonía atípica”, pero el manejo de su caso indica que sí estaba contagiada con el nuevo coronavirus.

“Rosie” no tuvo un funeral tradicional. Sus hijos la enterraron deprisa, el viernes cinco de junio después de que la Alcaldía les entregara un ataúd, porque ellos no tenían recursos para comprarlo. El único que entró a reconocer su cuerpo fue el mayor de los hijos, el resto tuvo que conformarse con el último recuerdo que tuvieron de ella, cuando estaba viva.

“Marcela”, hija de “Rosie”, que pidió no ser identificada por miedo a represalias, aún llora cuando habla de la muerte de su madre. “Aún me duele”, dice con la voz ahogada, como si tuviera que dar explicaciones.

El duelo le ha sido aún más pesado que en otras pérdidas, y no es la única. Esta historia se repite, con sus variantes, en decenas de hogares de Nicaragua, donde oficialmente han fallecido 64 personas. Aunque a esta fecha, la mayoría de la población conoce algún vecino, amigo o familiar que no resistió. Y no son solamente 64.

Hasta este viernes 19 de junio, el Observatorio Ciudadano COVID-19, que monitorea de forma independiente la pandemia, registra 1.688 personas fallecidas bajo sospecha de COVID-19. 1.688. La cifra es más de 26 veces superior a la oficial. Y es más del doble de las 813 muertes que el Ministerio de Salud (Minsa) proyectó para los siguientes 180 días después de que se detectara el primer caso positivo. Es decir: la proyección oficial ha resultado duplicada en la mitad de tiempo.

El doble golpe emocional

La COVID-19 cambió el ritmo de vida que teníamos. Nos alejó de quienes amamos, nos arrebató la tranquilidad; borró nuestros planes y nos llenó de miedo a morir o de perder a alguien que amamos. Para los nicaragüenses este golpe se sumó a todos los duelos no procesados y heridas abiertas que nos ha dejado la crisis social, política y económica que se vive desde 2018, estiman psicólogos nacionales.

“Venimos cargando con estrés acumulado, con una serie de manifestaciones sociodepresivas que hasta el momento no son cuantificables. Y cuando hay expresiones psicosociales relevantes en intensidad y frecuencia, la situación puede empeorar. Entonces, podemos encontrar ansiedad, angustia, depresión, estrés y miedo”, explica el psicólogo Javier Barreto.

Todos estos vacíos han inundado de alguna forma la vida de “Marcela”. Perder a su madre fue un golpe que no se esperó, porque ella comenzó a presentar síntomas después de acudir al centro de salud para tratarse un dolor en la espalda, que según le dijeron era causado por problemas en los riñones, varios días después comenzó a tener dificultades para respirar, le dio dolor de cabeza y calenturas. Hasta que finalmente accedió a que la llevaran al hospital.

“Rosie” fue ingresada en el Hospital Fernando Vélez Páiz al final de la tarde del primero de junio. Horas después le dijeron a su hija que debían intubarla, ella se negó. Pero después los médicos le avisaron que su mamá había firmado la autorización. “Yo revisé la hoja y miré que sí era su firma. Al saber que me le dijeron y ella firmó”, reclama.

A eso de las 10:00 de la noche de ese martes, “Marcela” —quien había decidido quedarse dentro del hospital, aunque no en la sala de espera — vio de lejos cómo montaban a su mamá en una ambulancia rumbo al Hospital Alemán Nicaragüense, uno de los 19 hospitales que el Gobierno asegura que están habilitados para atender a pacientes con covid-19.

El acta de defunción de “Rosie”. Cortesía | Confidencial

Después de eso ya no volvió a verla. Todavía el miércoles que falleció, a su hermano le pidieron que llevara pampers y toallas húmedas. La familia pudo llevarlas hasta el jueves. El personal del hospital las recibió como si no pasara nada. Pero a las 4:30 p.m. de ese día los llamaron para decirles que “Rosie” murió. No les dieron más explicaciones.

“Aquí lo que vamos a encontrarnos es que no vas a poder acompañar a tus familiares y el no poder estar en estos últimos momentos es muy duro para cualquiera”, valora Barreto. “Esto puede generar mucha rabia, muchos sentimientos de culpa y, aparte de eso, la impotencia de no poder hacer nada”, agrega.

Ahora, “Marcela” vive su luto sumergida en más preocupaciones. Lo principal es conseguir trabajo para dar de comer a sus tres hijos, porque desde hace semanas son pocas las personas que la buscan para lavar y planchar ropa, que es a lo que se dedica. Además, uno de sus hijos está enfermo. Este, confiesa, es uno de los momentos más difíciles que le ha tocado vivir.

Muertes abruptas provocan duelo patológico

No despedirnos de nuestros muertos, en cualquier situación, puede provocar un duelo prologando y, esto se podría ver más seguido con la llegada de la pandemia, porque no es únicamente no poder despedirse de la persona en su último momento, sino que los rituales a los que culturalmente estamos acostumbrados no se pueden realizar en los casos de covid-19. No hay velas, no hay misas, no hay entierros ni acompañamiento a los deudos.

Según el protocolo de preparación y respuesta que elaboró el Minsa, el cadáver de la persona solo puede ser manipulado por personal capacitado, no puede ser maquillado ni ser preparado de ninguna manera. Las únicas opciones que tiene la familia son cremar el cuerpo o sepultarlo de inmediato. Sin embargo, la cremación no es una práctica común, por la cultura y por su alto costo.

En una funeraria, el precio de la incineración es de 950 dólares. Un precio prohibitivo para muchas familias dolientes en un país con un salario mínimo promedio de 220 dólares, donde también se han perdido más de 350 000 empleos en los últimos dos años. Un precio que “Marcela”, que no tuvo para la caja de su mamá, no puede ni pensar en pagar.

“Todo esto puede ser traumático y no va a permitir un proceso de duelo adaptativo. Al contrario, podría provocar una prolongación del duelo. En el peor de los casos, llegar a un duelo patológico o dificultades del duelo en todas las personas, porque no estamos haciendo el cierre como hubiésemos esperado cuando alguien muere en condiciones normales”, explica Barreto.

El duelo se vive en cinco etapas: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación. Estas fases pueden vivirse en distinto orden, pero en contextos como el de ahora puede ocurrir que la persona desarrolle un duelo crónico.

“Si estuviéramos dándole un trato humanitario a esta pandemia, que no tiene nada de humanitaria, estaríamos preparando a todos los familiares de las personas mayores de 60 años que ya están en condiciones críticas. Tendríamos que darles acompañamiento psicológico, prepararlos para el proceso del duelo”, dice la epidemióloga María Jesús Largaespada.

En cambio, en Nicaragua desde que comenzaron a aumentar las muertes se han visto procedimientos traumatizantes para los familiares de los fallecidos, por la realización de entierros exprés y por la misma censura. Hay casos de personas enterradas casi a medianoche y también de familias que han sido amenazadas por reclamar estas condiciones, o incluso por contar su duelo.

Gobierno receta entierros rápidos y sin “escándalos”

Los dolientes amenazados no han sido casos esporádicos. El Gobierno ha impuesto el temor como norma. En Estelí, la familia del paciente número tres con COVID-19, admitido por el Minsa, quedó prácticamente secuestrada cuando las autoridades de Salud lo declararon “recuperado” y lo enviaron a casa. El paciente de 70 años falleció días después.

El director del Silais, narró un familiar a CONFIDENCIAL, les prohibió visitas y mandaron a un vigilante para cerciorarse de que así fuese. Y cuando falleció les ordenaron llorarlo en silencio.

Al doctor Adán Augusto Alonso, fallecido por COVID-19, el 14 de junio pasado, sus hijos decidieron hacerle un recorrido por las calles de León, donde él vivió y atendió a sus pacientes, incluso a distancia, cuando ya estaba contagiado. Antes de ir al cementerio, los hijos improvisaron una caravana, pero la Policía Nacional les impidió entrar a la ciudad.

“No nos van a dejar entrar con el cuerpo de mi padre como nosotros queríamos y como la población quería, así que vamos a tener que hacer un cambio de planes y llevarnos el cuerpo por otra vía para conservar la paz. Quiero que el pueblo de Nicaragua vea hasta dónde llega el asedio a nuestra familia y que no dejaron entrar al cuerpo de mi padre a la ciudad por la que dio su vida”, denunció su hija, Magda Alonso, quien transmitió en vivo la despedida de su papá.

Epidemiólogos y salubristas prevén que los contagios y muertes por COVID-19 aumenten en las próximas semanas si el Gobierno —que no ha dado ninguna señal de intentar hacerlo— no cambia las medidas para enfrentar la pandemia, de acuerdo a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud.

“La situación es trágica —reconoce el infectólogo Carlos Quant— porque hay una evolución natural de la enfermedad. Por lo pronto, es muy probable que el pico epidémico se mantenga. ¿Cuánto tiempo puede tomar eso? No lo sabemos”., dijo.

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