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Philipp Anaskin, un antagonista armonioso de realidades

Mariana Sáenz Mora para El Observador Philipp Anaskin es un pintor que nació en Rusia y que por destino impredecible…

Por Redacción El Observador

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Philipp Anaskin, un antagonista armonioso de realidades
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“La Laguna”, óleo sobre tela.

Mariana Sáenz Mora para El Observador

Philipp Anaskin es un pintor que nació en Rusia y que por destino impredecible terminó en Costa Rica, su obra es una danza entre conceptos algo incompatibles.

Pero no se fragmentan ni se enfrentan; cohabitan con naturalidad, como la vida misma que tiene agrietamientos que construyen lo que se es.

Ser pintor se lo toma tan en serio como que todo puede acabar en instantes; la meticulosidad con la que habla de su trabajo se refleja en la fuerza segura de cada pincelada.

“Mis padres vienen de un país que ya no existe y tampoco son parte del país presente que es hoy Rusia, toda la experiencia de la inmigración me da una perspectiva distinta de lo cotidiano, de la vida y la muerte misma”, explica Anaskin.

Sus cuadros, la gran mayoría en gran formato con estilo clásico impresionista, se impregnan de momentos del día a día y se mezclan con una sutileza muy cruda de los imprevistos del existir.

En sus obras predominan sus hermanas, los juegos vivaces de sus sobrinos, la nobleza de las mascotas, reuniones sociales, las mezclas de elementos oníricos de distintos matices. Y todos entre sus colores son tan contundentes como su manera de hablar.

“Olga”, oleo sobre tela.

“En mi pintura siempre está la muerte de alguna forma porque es algo tan irreversible, es la misma vida a la vez. Es que nosotros vivimos sin estar conscientes que nos vamos a morir y a la vez renacer de otra manera. Siempre nos crean esa idea de que vamos a vivir eternamente, consumimos y nuestra forma de vida es completamente vacía; muchas veces y la pintura para mí es un canal como para la meditación”, confiesa.

Implica esa capacidad de perseverar en una especie de meditación que le permita trascender el pensamiento, y en los colores del óleo ir desdeñando conceptos, conclusiones y sensaciones.

Cuando Anaskin explica esto, se transmuta en una especie de monje ávido por saber, porque no tiene reparo en confesar que disfruta aprender todo el tiempo.

“Cuando yo estoy pintando no puedo tener a nadie cerca, o sea yo necesito hacerlo de forma íntima y es lo que el mismo sistema que se ha creado de la modernidad evita, para mi es como la pausa”, explica.

Las sombras, los tonos, la piel

“Noctámbula”, óleo sobre tela.

En esos grandes formatos se observan las sombras y los tonos de la piel, y a través de esa carne sus personajes irradian lo que cargan en el alma: paz, angustia, descanso, vitalidad, melancolía, esperanza. Todo en un mismo cuadro, pero sin altercado alguno. Muestra eso que él mismo dice, una idea que sale y que no puede ser controlada hasta estar plasmada.

Finalmente, sus temáticas llevan el significado real de la inmigración y la existencia más allá de cualquier frontera física. Explica a manera de cátedra que la gente está tan desligada de ser ella misma que por calzar en una sociedad que va a cierto ritmo impuesto, pero en realidad todos huimos de la tierra que es uno mismo de cierta manera.

“El pintar es una necesidad de librarme de lo que me está atando y que nadie puede ver. Es como llegar al límite y es fascinante”, concluye Anaskin.

DEL ARTISTA, DE SU OBRA

Philipp Anaskin nació en 1988 en Moscú. Llegó a Costa Rica muy pequeño y desde que recuerda el dibujo y el arte estuvieron en su existencia. El repaso por los libros de arte que traían sus padres era un motivo de emoción constante.

Es Bachiller en Arte y Comunicación Visual por la Universidad Nacional de Costa Rica. Tiene además una especialidad en técnicas murales y dibujo y pintura de Universidad ST TIKONS, Rusia Moscú.  Realizó una pasantía a la URGS Porto Alegre Brasil, así como una Maestría en Derechos Humanos también de la UNA.

Fotografías: Philipp Anaskin para El Observador.

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