Transcurrieron ya 37 días desde que se anunció el primer caso confirmado del nuevo coronavirus en el país.
Podrá parecernos que ha pasado una eternidad o que fue tan solo fue ayer. Lo cierto es que la vida, la rutina de todos los costarricenses cambió a partir de ese viernes 6 de marzo.
Ya habíamos visto, leído lo que pasaba en otras latitudes y el momento de experimentarlo en carne propia llegó.
Primero, algunos por prevención tomaron sus propias medidas, luego, poco a poco, con la declaración de emergencia nacional llegaron la suspensión de clases, la restricción de tránsito, el cierre de locales y la población comenzó silenciosa, su confinamiento social.
Las calles se han ido quedando vacías, sin faltar por supuesto, aquellos, siempre dispuestos a romper la norma por rebeldía absurda o necesidad.
La soledad afuera, conmueve y angustia o puede a otros llenar de paz.
Algunas, quizás, detrás de sus ventanas se interrogan qué pasará cuando volvamos a caminar con libertad.
La angustia es por una emergencia de salud pública que amenaza con quitar muchas vidas y por las terribles consecuencias económicas que amenaza con empobrecer a muchos más.
Las imágenes, a veces, parecieran sacadas de una película de ficción.
Atrás quedaron las prensas, el ruido ensordecedor de alto tráfico.
Para dar paso a ciudades calmas.
Mientras se mira el reloj pasar, con la esperanza de que todo volverá a la normalidad.