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¿Por qué las mujeres nos siguen a todas partes?

Hay cosas que no cambian y no me digas por qué, pero si por lo que sea, porque tienes hambre,…

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Tiempo de Lectura: 3 minutos
¿Por qué las mujeres nos siguen a todas partes?
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Hay cosas que no cambian y no me digas por qué, pero si por lo que sea, porque tienes hambre, porque no duermes o porque te da la gana: te levantas de madrugada y vas a la cocina o al salón, siempre pasa lo mismo.

Al poco rato, unos 10 o 15 minutos, yo no sé qué tipo de sensibilidad, sexto sentido o instinto básico tienen las mujeres, pero por lo general oyes una voz que dice: “¿qué haces levantado?”.

Y entonces mira para atrás y ves que aparece tu mujer.

Y aparece como aparecen todas a esas horas: medio dormida y tambaleándose porque no acierta a dar dos pasos rectos.

Y en el peor de los casos hasta es posible que oigas un “¡¡ay!!”, porque se dio con el dedo meñique en vete tú a saber en dónde, que también estás tú a esa hora como para averiguarlo y hacer una tesis de Golpe en el pie o despiste

Cuando me sucede eso, la miro y digo: “Qué voy a hacer… nada, que me desperté”, lo cual es evidente, aunque parece que no.

A la vez qiue pìensas: “Igual cree que mi ilusión es levantarme todos los días a la cuatro de la mañana…”.

Y tal cual lo meditas, lo primero que se te viene a la cabeza al verla es: “¡¡¡Dios qué pijama!!!, ¡¡¡Dios, qué flores!!!!, pero cuándo dije yo que eso era precioso…”. Pero en fin, como tampoco estás para hablar de moda y diseño, callas, que casi va a ser mejor.

Un diálogo surrealista en la cocina

 Y entonces, entre que ella está semidormida y tú también, empieza un diálogo surrealista en el que se mezcla todo, especialmente la sordera.

“¿Qué vas a comer?”. Y te da ganas de decir: “Qué voy a tomar… pues un vaso de leche, un yogurt, un plátano… algo ligero, ahora que si es por hacerte feliz me zampo una fabada… he hecho ya tantas cosas por ti…”.

Y lo más alucinante, como si lo llevara en los genes, como si su madre fuera una escoba y su padre un cepillo, como un resorte, te dice la frase que vienes oyendo desde los visigodos: “No manches”. Y tú piensas  y cavilas: “Pues si te mancharas tu pijama… aún le daba yo un pase”.

Pero en estas situaciones hasta hay casos extraordinarios en los que, aprovechando la situación, comenta: “Y no te olvides que hoy tienes que…”

Tío, como si ella estuviera bajo anestesia parcial, menos el cerebro y fuera comandante de un destacamento del Ejército con mando en plaza, empieza a soltar una retahíla de cosas, pero una retahíla, a la vez que dice: “Ven para cama”.

Lo soñaste, hija, lo soñaste

Y mientras tú también sofronizado dices: “Sí, sí sí”, coges el yogurt a una velocidad que a punto estás de clavarte el código de barras; el plátano lo llevas medio pelado en la mano, te metes en la piltra y te dices: “Ya está”, que no tienes muy claro si ese “ya está” es porque has comido o porque no hay más recados.

Al día siguiente… joé al día siguiente; o sea unas horas después, ella que se levanta y te dice: “Oye, lo soñé u hoy tú te levantaste…” y respondes: “lo soñaste hija, lo soñaste.

“¡Ay que soñadora me eres…!”, a la vez que te dices: Sí, hombre, voy a ir hoy yo a la gestoría, a Hacienda, a Telefónica, a Correos… bo, sigue soñando neniña, sigue soñando que así vamos bien.

Manuel Guisande