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Ticos viven penurias en Venezuela

La guanacasteca Claudina Navarrete tiene 74 años; 47 de vivir en Venezuela. Cuando tenía 22, los padres de los niños…

Por Sylvia Alvarado

Tiempo de Lectura: 4 minutos
Ticos viven penurias en Venezuela
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La guanacasteca Claudina Navarrete tiene 74 años; 47 de vivir en Venezuela.

Cuando tenía 22, los padres de los niños que cuidaba en Los Yoses se fueron a vivir a Caracas y ella “ni lerda ni perezosa” se fue con ellos. Luego cumplió su sueño de convertirse en enfermera y hace 12, cuando se pensionó, continuó ejerciendo como enfermera particular.

Todavía hoy lo hace. Es tal vez en los momentos en que hace milagros para atender a sus enfermos cuando más ha notado el golpe de la crisis venezolana.  

“Es terrible y muy triste compartir el dolor del paciente cuando no se consiguen medicinas, cuando no hay para los tanques de oxígeno. He ido a ver pacientes al hospital y es bastante deprimente. No hay implementos, camillas, ni medicinas. Imagínese un hospital con ocho ascensores donde tienen que subir a los pacientes alzados porque ninguno funciona”.

Doña Claudina tiene hipertensión y diabetes y cada día le es más difícil cumplir con sus tratamientos y conseguir las medicinas. También los alimentos. “Hay que pasar horas haciendo colas y cuando uno llega ya no hay nada o con lo que llevas solo te alcanzan dos o tres cosas”.

Ella vive con don Marcos, un hermano de fé del Camino Neocatecumenal, en el piso 8 de un edificio en Maracaibo. Casi siempre llega cansada porque los sube por las escaleras. No hay luz.

“Yo sé que es hora de irse, pero quiero y no quiero irme. Aunque tengo familia que me recibiría en Costa Rica, para una persona de mi edad ser arrimada es muy complicado”.

Tiene claro que “a lo mejor la cosa se pone peor y tengo que salir corriendo”. Por eso y porque tiene la cédula y el pasaporte vencidos, fue al consulado hace tres semanas.  

“La atención que me dieron fue excelente. Iba muy agobiada, pero salí fortalecida después de escuchar a alguien de mi tierra. Todo lo que pueda hacer nuestro Presidente o el país por nosotros es una bendición”.

Según ella, los documentos ya se están haciendo en Costa Rica y “apenas me avisen, voy a retirarlos”.

O tal vez no le avisen. El consulado tico en Caracas técnicamente está cerrado.

“Me la juego como un vikingo”

Edson Gutiérrez añora el momento de poder regresar a Limón, de donde salió para Venezuela hace 11 años. Vive en el estado de Anzoátegui, es mecánico de refrigeración automotriz, pero hace meses no tiene trabajo.

Él también fue al consulado a exponer su deseo de regresar. “Me dijeron que harán lo posible para ayudarme porque no tengo los medios para volver”.

“Me hace mucha falta mi familia y quiero que mi mamá conozca a mi hijita pequeña de año y 9 meses. Tengo dos hijos más, nacidos en Costa Rica. El mayor ya tuvo que irse a Perú porque ya no podía seguir así aquí con esta situación”.

“Tengo que esperar que me avisen. De repente se pueda dar pronto, con el favor de Dios y de mi madrecita que es la única que me ha ayudado todo este tiempo a sobrevivir aquí con lo poquito que me puede mandar de dinero”.

Dice Edson, de 43 años, que en el consulado le dieron esperanzas.

Edson Gutiérrez sueña con el día en que pueda volver a comer gallo pinto y hablar patuá en su amado Limón

“Ahorita estamos a dieta… a la fuerza”

Doña Iris Bonilla se fue a Venezuela a los 17 años. Ahí se hizo profesora, se casó con un tico y tuvo a sus dos hijos. Entonces “era otra Venezuela” y nunca se le ocurrió llevar a sus hijos al consulado para que fueran registrados como costarricenses, antes de cumplir los 25 años.

La Venezuela que ve hoy, a sus 84 años, le parece irreal. Por eso hace tres años, fueron al consulado para inscribirse y por eso apenas su hijo Joaquín concluya el doctorado en Ciencias Políticas, se van a venir para San José. “Aquí no alcanza nada”, dice doña Iris. “Estamos a dieta… a la fuerza. Hay que irse, aquí no se puede vivir ya”.

Su hija Haddy, abogada de profesión, dice que aquí en Costa Rica tampoco.

El año pasado no aguantó más y en vez de emigrar para cualquier otro país, decidió venirse al país que visitó tantas veces en sus vacaciones de infancia, donde vive su familia; “a la tierra de mis padres”.

“Ser hija de ticos no sirve de nada”

Ella asegura que de nada le ha servido ser hija de costarricenses. Pese a que antes de viajar, en el consulado de Costa Rica en Caracas le dieron un número de cédula, cuando llegó al TSE a retirarla, cayó presa de la burocracia entre esa entidad y Migración y empezó una procesión que aún hoy la mantiene en un limbo legal.

“Se tiran la pelota de un lado a otro. Estoy esperando a ver si me otorgan una residencia temporal para luego poder optar por la nacionalidad. Mientras que a muchos compatriotas venezolanos les autorizan el refugio, yo que soy hija de ticos, sigo aquí, después de un año sin identificación, sin permiso de trabajo. No tengo licencia ni puedo sacar una cuenta en el banco. He buscado trabajo hasta limpiando casas. A nadie le importa”.

A su mamá en Caracas sí le importa. Por eso, hace unas semanas fueron al consulado tico a pedir ayuda para venirse. Dice doña Iris que ella tiene suerte porque aún no se le han acabado las pastillas que su hijo le llevó de San José hace un tiempo.

También tiene suerte, dice, porque a su edad está “muy entera” y podría salir sola de su casa. Si su hijo la dejara. Si él no temiera tanto por la inseguridad.

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