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El coronavirus acalló la bulliciosa España

Eva González para El Observador (Madrid, España). Los españoles, acostumbrados a la marcha, al buen vino, al buen comer, a…

Por Redacción El Observador

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El coronavirus acalló la bulliciosa España
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Eva González para El Observador

(Madrid, España). Los españoles, acostumbrados a la marcha, al buen vino, al buen comer, a salir a reuniones sociales, derrochando abrazos y besos, hemos tenido que poner un alto a la rutina para tratar de poner un freno al furioso coronavirus, que ha golpeado con mucha más fuerzas de lo que, en inicio, todos pensábamos.

El Ejército ha salido a las ciudades mientras la población está sometida a un confinamiento y aislamiento social decretado –de momento- por 15 días, pero que todo el mundo asume que se prolongará algunas semanas más.

Este domingo, España entró en estado de alarma, casi 48 horas después de que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciara la medida, previamente solicitada por varias comunidades autónomas ante la vertiginosa subida del número de afectados y fallecidos por el COVID-19.

El virus, que apareció en diciembre anterior en China, llegó a España a finales de enero, sin que ni la sociedad, ni las autoridades fueran capaces de prever la fuerza que podría tener.

Una semana antes, el 6 de marzo, la vecina Italia también confinó a los italianos del norte en sus domicilios y desde “la bota de Europa” llegaban avisos de que la cosa, antes o después, se pondría fea aquí también.

Vinieron las marchas

Hace una semana ya había llegado la hora de adoptar medidas drásticas pero el Gobierno no lo hizo. Se hizo la multitudinaria manifestación por el Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo,  a la que el recién estrenado Ejecutivo -una coalición entre el Partido Socialista Obrero Español y el partido de ultraizquierda autodeclarado feminista, Unidas Podemos- llevaba semanas animando a participar a las mujeres y la sociedad en general.

Los datos médicos, las peticiones de varios partidos de la oposición, e incluso un informe de la Unión Europea sobre la mesa que desaconsejaba celebrar una manifestación que a todas luces podía ser un foco multiplicador de los contagios. Pero el Gobierno no cedió y autorizó la movilización.

La marcha, a la que finalmente solo en Madrid acudieron más de 120.000 personas, tuvo en su cabecera a todas las mujeres en el Ejecutivo entre otras, así como a la propia mujer de Pedro Sánchez.

Entre ellas, la ministra de Igualdad, Irene Montero, pareja del vicepresidente de Podemos, Pablo Iglesias, que dio positivo cuatro días después, lo que obligó a practicar a los Reyes Felipe y Letizia las pruebas del virus, ya que la consorte y Montero habían participado juntas en un acto donde se saludaron con dos besos. La Reina Letizia está en cuarentena pese a haber dado negativo. A ella le siguieron otra ministra y la esposa del presidente, también hoy afectadas.

No solo el Gobierno, sino también Vox, la tercera fuerza política en la actualidad en España, de extrema derecha, celebró ese mismo día un miting de partido al que asistieron cerca de 10.000 personas. El resultado, días después es que varios de sus principales líderes están también luchando contra el COVID-19. El virus es implacable y no entiende de siglas ni colores políticos.

El 8 de marzo aún no había muerto nadie por coronavirus en España, pero ya había 589 afectados, 189 más que el día anterior. El mismo día, Italia llevaba una ventaja de unos pocos días, con 7.375 afectados y 366 muertos.

Golpe de realidad

Pero el pensamiento de que aquí no nos iba a pasar lo mismo que en China, Irán o Italia se borró de un plumazo al día siguiente, ya que el 9 de marzo el número de afectados superaba los 1.200, más de la mitad de ellos en Madrid.

El gobierno autonómico de Madrid ordenó el cierre de los colegios, medidas de confinamiento, restricción de movimientos y el teletrabajo. El miércoles lo hicieron los gobiernos del País Vasco y, parcialmentente Castilla y León.

A partir de ahí, los demás se fueron sumando a las medidas de restricción y, finalmente, el viernes, el Gobierno anunció que un día después se aprobaría la declaración de Estado de emergencia, algo que tras un intenso debate en el Consejo de Ministros por la falta de unanimidad en su seno, terminó ocurriendo casi por la noche con un conjunto de medidas algo descafeinadas.

Como resultado, una semana después, el 14 de marzo Italia había alcanzado los 21.157 contagios, los 1.441 muertos mientras España subía de los 589 afectados hasta los 5.753 casos y 136 muertos. A la hora de escribir esta crónica la cifra de afectados llega a 7.844 casos y 292 fallecidos. Cuando usted lo lea, aún será mayor.

Las medidas incluyen la prohibición de salir de casa, con multas de hasta 300.000 euros, excepto para ir a trabajar en alguno de los sectores que tienen excepción para hacerlo, como son sanitarios, alimentación, farmacias y gasolineras.

En tres días la mentalidad de los españoles, acostumbrados a estar en la calle todo el tiempo que sea posible, en parques, calles, terrazas, restaurantes, conversando, riendo, abrazándose y dándose dos besos cada vez que se ven, ha dado un giro radical. Tendrán que estar en casa, al menos 15 días, en un confinamiento forzoso.

Todo se ha cancelado en España, las próximas procesiones de Semana Santa, los viajes turísticos, la actividad docente, los museos cerrados, los monumentos cerrados, los teatros, cines, romerías, fiestas, discotecas, bares, restaurantes… todo está suspendido sine die. Los efectos y consecuencias económicas serán brutales, aún difíciles de cuantificar y España, un país que vive en gran parte del turismo y del sector servicios, como Costa Rica, se juega la campaña de Semana Santa e incluso, ojalá no, la de verano.

Tras el shock inicial, se ha entendido que la única manera de contener la pandemia es quedarse en casa, por una cuestión de solidaridad personal, familiar, social e intergeneracional.

El motivo es salvar vidas, porque la enfermedad, sobre todo, afecta las vidas de las personas mayores, las que tienen patologías previas o están inmunodeprimidas.

Precisamente los más débiles e indefensos ante el novedoso virus son los abuelos, aquellos que en España sustentan a las familias, las que pasaron de la postguerra y supieron hace 40 años llevar al país de la dictadura a la democracia, de manera ejemplar, los que desarrollaron y elevaron a España a los mayores niveles de prosperidad en la era moderna. Ahora necesitan nuestra responsabilidad y sacrificio.

El único sacrificio que debemos hacer es quedarnos en casa, mantener al menos un metro  de distancia entre personas, extremar el lavado de cara y manos y, lo más difícil, no tener contacto físico. Prohibido abrazar, besar y visitar, especialmente a los abuelos.

 Algo tan sencillo y tan difícil de entender para una explicación es elemental: Se trata de frenar, limitar, la curva de incremento de afectados para que la sanidad pública española tenga la capacidad de atender a todos los que lo requieran, a la vez.

El sistema es más capaz de atender a los afectados mejor si desacelera la evolución. El objetivo es evitar llegar –quizá ya sea demasiado tarde– a la misma situación de Italia, donde los sanitarios no tienen más opción que elegir entre a quien salvar o a quien dejar morir: como en una guerra.

La parálisis inicial se ha convertido en una ola de solidaridad: los cantantes y artistas españoles se han unido para ofrecer gratuitamente conciertos a través de plataformas y redes sociales; profesores de pilates, yoga, fitness o zumba, también ofrecen tutoriales en Internet para mantenerse en forma durante el confinamiento y los vecinos más jóvenes ponen carteles en las casas ofreciéndose a los mayores para hacerles recados o la compra.

A ello se suman ingeniosas ideas para estar entretenidos, como vecinos que se asoman al balcón a tocar música, a jugar con los vecinos de enfrente a juegos de toda la vida como el bingo o el veo-veo; a las 12.00 horas en las ventanas suena el himno nacional; a las 20.00 horas los confinados se asoman de nuevo y aplauden a los médicos y sanitarios para agradecerles su trabajo sin descanso para salvar vidas, aún poniendo en riesgo la suya propia. Es una forma de insuflarles ánimo, de decirles que aquí estamos todos, que entre todos conseguiremos pararlo y que todo pasará si estamos unidos. España ha vuelto a los balcones.

Mientras tanto, se multiplican los memes que se comparten por whatsapp, los tutoriales de cómo teletrabajar con niños en casa y no morir en el intento, ideas originales para hacer con niños en casa y los planes, al estilo de propósito de año nuevo del estilo: “voy a aprovechar estos días para ordenar armarios o hacer limpieza general, para leer, pintar, coser, escribir…”, cada uno llena su tiempo y su mente, como puede.

Pensábamos que no llegaría, que no nos iba a tocar a nosotros, menospreciamos el riesgo, pero en menos de una semana el COVID-19 ha segado 300 vidas. Cuando las barbas de tu vecino veas pelar pon las tuyas a remojar, dice un refrán español.

La pandemia ha demostrado que la prevención, una estrategia de anticipación adoptada a tiempo con la orden de medidas de aislamiento social, cuarentena y quedarse en casa, son la mejor opción.

España en estado de alarma, algo que solo se había decretado una vez más en la historia reciente.