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El señor que vende copos es empresario

Paola Otoya. Ciudadana costarricense   Proporcionalmente, cada hospital, cada escuela y cada carretera de nuestro país fue pagado con los…

Por Desde la Columna

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El señor que vende copos es empresario
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Paola Otoya. Ciudadana costarricense

 

Proporcionalmente, cada hospital, cada escuela y cada carretera de nuestro país fue pagado con los impuestos que pagan los empresarios.

Una de las disyuntivas que estamos viviendo en nuestros días es la satanización del empresario.

Voy a definir empresario como aquel actor de la sociedad que desde el sector privado lanza y desarrolla un proyecto que genera riqueza.  El diccionario de la Real Academia Española define la palabra empresa como Acción o tarea que entraña dificultad y cuya ejecución requiere decisión y esfuerzo.”  Nótense los términos tarea, dificultad, decisión y esfuerzo.  El empresario es aquella persona que asume un reto dificultoso con el fin de lograr una meta, sea esta económica, de reconocimiento social o de simplemente lograr lo imposible.

Como consecuencia de este esfuerzo cosas suceden: se contratan empleados, se producen artículos que tienen una utilidad, se resuelven necesidades a cambio de dinero, se pagan impuestos… en fin, se desarrolla la economía.

Resulta irónico que el sector que nos da de comer sea atacado y cuestionado ad portas solo por el hecho de serlo cuando el empresario es un actor más de la sociedad.  Si nos ponemos a pensar, el 86% de los empleos existen gracias a la empresa privada.  Proporcionalmente, cada hospital, cada escuela y cada carretera de nuestro país fue pagado con los impuestos que pagan los empresarios.

¿Que todos los empresarios pagan impuestos?  Obvio que no, cajita blanca a quien lo piense.  ¿Que todos son santos?  Claro que no.  Nadie lo es.

Los empresarios costarricenses antes que empresarios, son simplemente ciudadanos.  Claro está que con algunas características que les califican como valientes, arrojados e idealistas, pero finalmente ciudadanos.  Como actores sociales son un gremio, como lo es el gremio de los médicos, los escritores, los agricultores y cualquier otro.

Calificar a todo un sector de manera negativa resulta un facilismo intelectual irresponsable que produce un daño social enorme.  Como dice José Ignacio Beteta, presidente de la Asociación de Contribuyentes del Perú y director del Centro de Desarrollo Integral – Cendeit: La primera libertad que se debe defender es la libertad de emprender, de trabajar, de generar riqueza, de tener una propiedad privada, porque sobre esa base es que luego podemos reclamar otras libertades y derechos”.

Ser empresario no implica ser un gigante enorme.  Según el Ministerio de Economía y Comercio, MEIC, entre 2015 y 2019 el 97,4% de las empresas son PYME, de estas el 80,84% son micro, el 12,46% pequeñas y 4,10% medianas.  En otras palabras, más del 80% de las empresas en el país son de menos de cinco empleados, como el señor que vende copos y que, cada vez que compra hielo y sirope paga impuestos.

Aceptar que el empresario es la base del bienestar social ha demostrado ser cierto en los países que decidieron terminar el estira y encoge entre sectores y más bien generar una espiral positiva contribuyendo con el desarrollo de la iniciativa privada eliminando trabas y castigos.  Ejemplo claro son los países bálticos, pero principalmente el caso de Irlanda que producto de su política de apoyo a la empresa privada dio un salto enorme en la reducción de la pobreza y aumento del bienestar mostrando un impresionante 26,3% de incremento en su producto interno bruto en el 2015.

Los emprendimientos privados son la base del desarrollo, dan origen a la riqueza y permiten que la misma circule generando bienestar.  La empresa privada produce libertad, como rezaba el eslogan de una campaña del sector privado en Costa Rica a finales de los ochenta.

La defensa del empresario no nos debe llevar a la satanización de otros sectores.  El sector público por ejemplo, está repleto de grandes profesionales y actores que hacen de la sociedad un mejor lugar: profesores, servidores de la salud, recolectores de basura, en fin, personas que ofrecen un sinnúmero de servicios indispensables para el bien común.  Este artículo no se trata de un pulso entre sectores, sino de cuestionar el señalamiento negativo que se ha generalizado hacia los empresarios.  Tampoco quiero inferir en este escrito que todos deberíamos ser empresarios ya que cada uno de nosotros puede encontrar su plenitud humana en el espacio que prefiera según su criterio, valores y deseos.

En resumen, el empresario, siendo un actor más de la sociedad como tantos, es motor de desarrollo, genera riqueza y bienestar para la sociedad a través del empleo que genera, la activación de la economía y el pago de impuestos.  Todos tenemos en nuestras mentes también a aquellos nobles empresarios justos y solidarios con sus colaboradores y la sociedad, aquellos que se quedan sin dividendos para pagar salarios, y que por medio de sus programas de responsabilidad social meten el hombro a los gobiernos para ayudar a sectores en necesidad.  Por lo tanto, la próxima vez que seamos testigos de un ataque generalizado a los empresarios recordemos que el señor que vende copos también lo es.

Así que bienvenidos todos los empresarios de buena voluntad, nacionales o extranjeros, PYMES o multinacionales, bienvenidos a volar y conquistar sus sueños al tiempo que el producto del esfuerzo reparte bienestar.

Termino con la famosa frase de Walter E. Williams:

Dejame ofrecerte mi definición de justicia social: yo me quedo con lo que gano y vos te quedás con lo que ganás.  ¿Estás en desacuerdo? Bueno, entonces decime cuánto de lo que gano te pertenece, ¿y por qué?”

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