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Amoniaco verde o el triunfo de la ciencia sobre Malthus

Por Silvio Heimann Thomas Malthus (1766-1834) fue un influyente economista y demógrafo del siglo XVIII. Es conocido principalmente por su…

Por Redacción El Observador

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Amoniaco verde o el triunfo de la ciencia sobre Malthus
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Por Silvio Heimann

Thomas Malthus (1766-1834) fue un influyente economista y demógrafo del siglo XVIII. Es conocido principalmente por su teoría controvertida, expuesta en su libro de 1798 “Ensayo sobre el principio de la población”, donde argumentó que el crecimiento poblacional inevitablemente superaría la disponibilidad de recursos, lo que conduciría a la pobreza, hambruna e inestabilidad social.

Malthus sostenía que eran necesarias medidas de control de la población y restricciones morales para evitar estas consecuencias desastrosas. Aunque sus ideas fueron recibidas con críticas y escepticismo, el trabajo de Malthus sentó las bases para el estudio de la dinámica poblacional y generó debates sobre la relación entre el crecimiento demográfico y la escasez de recursos que continúan hasta el día de hoy.

En otras palabras, Malthus decía que no había forma de que pudiéramos alimentar a la creciente población de la Tierra. Como un Arca de Noé de la hambruna, donde los privilegiados se subirían al barco y la extinción esperaba al resto. Por supuesto que tenía razón, con los conocimientos de la época. No contaba Malthus con la astucia de varios geniales químicos que revolucionarían la producción de alimentos gracias a los fertilizantes.

La historia de los fertilizantes se remonta a miles de años atrás.

En la antigüedad, civilizaciones como los sumerios y los egipcios utilizaban técnicas rudimentarias de fertilización, como el uso de estiércol animal y compost. Durante la Revolución Industrial, se desarrollaron fertilizantes químicos a base de nitrógeno, fósforo y potasio, conocidos como NPK, que aumentaron la productividad agrícola de manera significativa.

Pero fue en el siglo XX cuando entraron en acción dos científicos geniales.

El proceso de Haber-Bosch para la producción de amoníaco fue descubierto por el químico alemán Fritz Haber y el ingeniero alemán Carl Bosch a principios del siglo XX. Haber, en colaboración con su equipo de investigación, desarrolló un método para sintetizar amoníaco a partir de nitrógeno gaseoso e hidrógeno gaseoso utilizando catalizadores. El proceso se basa en la reacción de nitrógeno e hidrógeno bajo condiciones de alta presión y temperatura.

Haber y su equipo lograron superar los desafíos técnicos asociados con la reacción, incluyendo la necesidad de altas presiones y la selección de catalizadores adecuados. El proceso de Haber-Bosch fue un avance significativo en la producción de amoníaco y tuvo un impacto revolucionario en la industria química y agrícola. Facilitó la producción masiva de fertilizantes nitrogenados, impulsando la productividad agrícola y contribuyendo al desarrollo de la agricultura moderna a nivel mundial. Por su contribución, Haber recibió el Premio Nobel de Química en 1918.

Lo que permite la innovación

Es justamente esa la belleza de la innovación: rompe los límites, permite lograr lo que parecía imposible. Existe una abundante literatura sobre la gestión de la innovación (a mí mismo me tocó trabajar como consultor en el tema hace muchísimos años, ayudando a empresas a diseñar procesos y estimular el talento). Hay quienes creen (erróneamente, está demostrado) que la innovación no se necesita, que puede ser gestionada por la misma organización.

Sin la innovación de los fertilizantes, la humanidad hubiera enfrentado un desafío supremo. Hoy enfrentamos otro: el altísimo nivel de emisiones y las consecuencias que tiene sobre el aire que respiramos, la salud de todos nosotros, el impacto en la naturaleza.

Es con innovación que vamos a resolverlo. Y la causa es muy simple: si lo que estuviéramos haciendo funcionara, no tendríamos el problema que tenemos. Ergo, una forma diferente de hacer las cosas es necesaria. Y a menudo, se necesita que sean personas diferentes quienes lo hagan, por la misma lógica: los que saben hacerlo de una manera, no saben hacerlo de otra.

Costa Rica consume aproximadamente 4,5 veces más fertilizantes que el promedio mundial y estos representan un costo muy importante para nuestros productores agrícolas. ¿Cómo podemos ayudarlos no solamente a mantener ese costo bajo control, sino a mejorar la calidad de nuestra producción agrícola?

¿Quizás se pregunten si esta historia es sobre innovación? Pues sí, pero también es sobre lo que nos proponemos hacer en Costa Rica. Aquí también nos toca “derrotar” a nuestros Malthus ticos. A aquellos que ponen palos en la rueda, a los que piensan que solo una forma (la suya) de hacer las cosas es posible. Les cuento en la próxima entrega qué estamos haciendo para lograrlo, para traer innovación y tecnología.