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Esa frasecilla tan familiar que dice “por si un día viene alguien”

Manuel Guisande para El Observador Esto no solo ocurre en los países de habla hispana como Colombia, Puerto Rico, Bolivia…

Por Blog

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Esa frasecilla tan familiar que dice “por si un día viene alguien”
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Manuel Guisande

Manuel Guisande para El Observador

Esto no solo ocurre en los países de habla hispana como Colombia, Puerto Rico, Bolivia o Costa Rica… no. Esto se da en todas partes y está documentado, sin fotos, pero documentado.

Lo mismo sucede en el sureste de China, en Kazajistán, en Mongolia o en esa curiosa nación africana que se llama Suazilandia, que suena a Suiza.

Pues en todos estos países y más, si a una familia (por ejemplo, le regalan una caja de bombones), es muy normal que después de saborear varios, alguien diga, por lo general tu madre: “Vamos a dejar algo por si viene alguien”.

Yo ya sabía lo que iba a pasar, pero mis padres…

Yo, cuando era pequeño y oía esa frase, estaba seguro de que si me dejaran hablar los convencería. Porque a mí, en lo que es la probabilidad de que viniera alguien, me salía un 0,00000001%.

¿Y es que cómo iba a venir alguien si en cuatro años por la puerta de casa, salvo mi madre y mi padre, no vi entrar a nadie…? Pero como era una criatura de ná, pues que no podía hablar.

Que así después pasa lo que pasa, que la gente dice: ”tu niño es muy callado”; joé, si no te dejan hablar casi hasta que haces el servicio militar… ¡qué esperas…! Suerte que sabe el abecedario, que lo dice en bajito para no perder el habla, que si no…

Pero a lo que iba, sobre lo de “por si viene alguien” pensaba: ¿y justo va a venir alguien hoy, justo hoy, que nos han regalado la caja de bombones?

Y claro, era lo malo de ser una criatura olvidada de Dios, porque a mí entonces me salía un 0,00000000000000001%, quizás algo menos, pero que el asunto estaba cerca del imposible… fijo.

La frase me tenía totalmente traumatizado

 Y si la frase “por si viene alguien” me tenía traumatizado; otra era cuando, en las casas antes había lo que llamaban “habitación de invitados” a la que no se podía acceder.

Más que una habitación parecía una cámara acorazada con un temporizador que era tu madre.

Sí, tu madre. Yo no sé qué pasaba, pero si hacías un amago de acercarte a la manilla de la puerta para entrar, no me digas cómo, pero como si tu madre tuviera un sensor de rayos láser que se intercomunicaban con los rulos, allí aparecía y ella y te decía: “No se puede entrar, es la habitación de invitados”.

Y ahí sí que me rindo, la probabilidad de que yo pudiera entrar era 0,0%, pero 0,0. Imposible, ni con dinamita o con un martillo neumático podrías abrir la puerta, ¡¡como que no estaban los sensores de tu madre en su máximo esplendor…!!!

La “habitación de invitados”, tres opciones

Y claro, a mí con eso de la “habitación de invitados” me entraba unas dudas tremendas, pues y solo veía tres opciones:

1. Como nunca los vi

2. Que los invitados vivieran dentro de la habitación y no salieran ni para ducharse.

3. Que mis padres hubieran comprado toda la casa menos la habitación, porque no les llegaba el dinero. O que fueran tan antipáticos que no tuvieran ni un amigo.

A mí me caían bien, la verdad, aunque también es cierto que algún castigo que me llevé por culpa de mi hermana bien pudo terminar en los tribunales de la Corte Centroamericana de Justicia, pero igual a otros, mis padres… pues…, pero esto nunca lo supe, como nunca vino nadie…

Manuel Guisande