Desde la columna

Nunca fui expulsado del Paraíso ni del Jardín del Edén

Ciudadano. Willy Chaves Cortés Master en Comunicación Política, UCR En este mes a nivel mundial se conmemora el Mes del…

Por Desde la Columna

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Nunca fui expulsado del Paraíso ni del Jardín del Edén
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Ciudadano. Willy Chaves Cortés
Master en Comunicación Política, UCR

En este mes a nivel mundial se conmemora el Mes del Orgullo de las poblaciones sexualmente diversas. Es un mes donde se reivindican nuestros derechos adquiridos y por conquistar. Como seres humanos, sabemos que somos integrales y necesitamos cosas positivas que nos permitan evolucionar en una sociedad que aún tiene que aprender a ser tolerante.

Soy católico y, como tal, soy creyente. He tenido la oportunidad de conocer una Iglesia que en vez de alejarme, rechazarme y marginarme, me acoge, me acepta y me respeta.

En mi vida he tenido noches oscuras donde la voz amiga era y es necesaria. Fue en esos momentos terribles de mi existencia cuando conocí a sacerdotes y obispos que, siguiendo el ejemplo del Papa Francisco, me abrieron las puertas de su amistad y aprecio.

Nunca olvidemos esto: “Si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?” dijo Francisco a los reporteros en italiano, pero incluyendo la palabra “gay”. El Papa Francisco, a su regreso de Río de Janeiro.

Las personas sexualmente diversas siempre hemos recibido condena y el infierno como regalo en las religiones monoteístas. Sin embargo, no todo está perdido. Desde que el actual Papa Francisco fue arzobispo de su natal Buenos Aires, Argentina, ha tenido acercamiento y amistad con personas sexualmente diversas.

Con algunas, logró construir una amistad basada en el respeto mutuo y en la escucha asertiva. Yo he vivido esta misma experiencia con algunos sacerdotes y obispos que, al seguir el ejemplo del Papa Francisco, han sabido construir puentes de acercamiento con esta población de la cual soy parte.

La etiqueta de “pecador” es especialmente ofensiva, ya que todos somos, de una manera u otra, pecadores. Ninguno de nosotros es perfecto: todos pecamos y todos necesitamos el perdón y el arrepentimiento. Pero a ningún otro grupo lo tratan con tanto desprecio, incluso cuando sus vidas no son totalmente conformes con la enseñanza de la Iglesia.

La clave es la “Cultura del encuentro” que el Papa Francisco destaca a menudo: llegar a conocer a las personas como amigos, en sus “alegrías y esperanzas” y “penas y angustias”, como señala el Concilio Vaticano II en su hermoso documento Gaudium et Spes.

En efecto, los “gozos y esperanzas” y las “tristezas y angustias” de todas las personas, dice la Iglesia en ese documento, son los gozos y las esperanzas y las tristezas y angustias de los “seguidores de Cristo”. ¿Por qué? Porque “nada genuinamente humano deja de suscitar un eco en sus corazones”. En otras palabras, la Iglesia está cerca de todas las personas.

La Iglesia de este tiempo sinodal tiene la oportunidad de traspasar el “marco de la acogida” en el que se ha instalado con respecto a las llamadas “minorías sexuales” o a las mujeres, para transitar hacia un espacio de reconocimiento y de diálogo fecundo desde el cual pensar la complejidad de la sexualidad y del sexo, así como el derecho de aparición de todas las personas creyentes.

Gracias a la amistad y el respeto mutuo con algunos sacerdotes de la Iglesia Católica, incluidos obispos, me he sentido incluido en el Jardín del Edén. No he sido condenado por ellos, sino acogido, amado y respetado. Por eso, me quedo en la iglesia que amo tanto y que me ama.