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La compra absurda, en Costa Rica y en cualquier parte del mundo

La compra absurda está muy relacionada con el “momento acera”, que es cuando tu pareja decide ir, del pueblecito en el que pasas unos días, a la ciudad más cercana a un hipermercado.

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Tiempo de Lectura: 3 minutos
La compra absurda, en Costa Rica y en cualquier parte del mundo
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Manuel Guisande

Manuel Guisande para El Observador

La compra absurda está muy relacionada con el “momento acera”, que es cuando tu mujer o tu novia decide ir, del pueblecito en el que pasas unos días, a la ciudad más cercana a un hipermercado.

Esto por que la tienda de “Embutidos Vargas” ni que estuviera en la Quinta Avenida de Nueva York junto a la boutique de Louis Vuitton, que ya no sabes si el tipo compra el jamón o el queso por kilo o por lingotes, un pastón cuesta cada loncha…

Entonces, mientras ella va al súper, tú te pasas bien una o dos horas paseando de arriba abajo por una acera sin saber qué hacer. Allí viendo los escaparates, pero realmente ni te enteras, estás así como sonámbulo, que te ponen en Marte, en el planeta rojo, y te crees que es un naranjal.

Y este es el momento más peligroso, porque siempre hay alguien en la calle que te ofrece algo y, como tienes tiempo, pues te paras para fijarte qué es lo que vende el tipo.

El colega ese te enseña la mercancía y puedes encontrar de todo: relojes, pañuelos, llaveros, prismáticos, despertadores… un aparatejo que lanzas con una goma, va por el aire y cae como un paracaídas… un surtido tiene el paisano.

El vendedor… un crac

Yo no sé si en esos instantes te entra así como una perturbación mental. o que el sol te afecta al cerebro… y más en Costa Rica. Pero algo te pasa porque el tío te mete en el lío de la oferta y la demanda y, al final, compras el artilugio ese volador que estás seguro que te lo vas a pasar genial.

Cierto que no es muy caro lo que vende, que solo son unos mil colones pero, claro, como resulta que también tiene un coche pequeñín teledirigido que es un Mini, como el tuyo, y como solo vale dos mil, pues te lo llevas.

Así como un submarino chiquitín a pilas que entra y sale del agua como si fuera un delfín, otros dos mil colones.

Y así, cuando viene tu mujer o tu novia, que si viniera Dios te daba un par de bofetadas, te pregunta qué llevas en la bolsa, pues se lo cuentas.

Solo es empezar a explicarle, que ya te pone una cara en plan “si ya decía yo que este era tontaina…”. ¡Oye!, y lo que te conocen las mujeres, es que no fallan ni una.

Desastre total

Pues bien, llegas a casa, sales a un descampado, coges el artilugio volador, le pones la goma, la estiras para lanzarlo y… ¡¡plas!!, a tomar viento la gomilla, que se ha roto, y como no lo lances con la mano…

En esos instantes te pones a pensar dónde puedes comprar una goma parecida o algo que la pueda sustituir, pero como se te pase por la cabeza “Embutidos Vargas”, que vende de todo, incluso tijeras y dedales, olvídate, porque una gomita allí bien puede costar un millón de colones.

Entonces decides sacar de la bolsa el Mini, das tres vueltas con él y… joé, ya sin pilas a los cinco minutos y a ver dónde las compras. Que recuerdas que las hay en una tienda que viste cerca del Ayuntamiento, “Embutidos Vargas”, no podía ser otra, pero que cuestan más que el coche.

Y cuando estás ya mosqueado, pensando que has tirado ya casi seis mil colones a la basura, pues que te queda el submarino, pero como odias el mar…

A ver dónde lo pones a funcionar y cavilas: en el baño de casa, en la fuente que hay en los jardines del pueblo…  y hasta te preguntas ¿a quién conozco que tenga una piscina…?

Sin dinero

Y cuando te das cuenta que eres de Paraíso y que estás en Jacó, que allí no conoces a nadie con pisci y que hace un calor asfixiante y que estás agotado, decides irte a tomar una birrita.

Registras a fondo tus bolsillos y… ¡¡¡nooooo!!!, ni suelto ni agarrado, estás pelao, pelao, sin los colones que tenías por la mañana, con los jueguecitos estropeados y con ganas de tirarlos.

Y no falla, pillas un medio cabreo, un mosqueo que hasta te sinceras con un “¡¡¡para qué habré comprado todo esto!!!”, conti­núas con “para el poco dinero que tengo…” y podrías acabar con un grito de “¡¡es que soy imbécil!!”, pero no hace falta que lo digas, lo eres, pero no te preocupes, que nos pasa a todos. Cosas de las vacaciones.

Manuel Guisande