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Los niños costarricenses, los padres y la playa

Manuel Guisande para El Observador Cuando empiezan las vacaciones y vas por primera vez a la playa, sobre todo si…

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Tiempo de Lectura: 3 minutos
Los niños costarricenses, los padres y la playa
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Manuel Guisande

Manuel Guisande para El Observador

Cuando empiezan las vacaciones y vas por primera vez a la playa, sobre todo si tienes críos, pues de 6, 7 o 10 años, más o menos tiene lugar el mismo ritual que cálculo yo que data ya de la época de lis dinosaurios, si no antes.

Llegas a playa Conchal o Punta Uva, por ejemplo, estiras las toallas, sacas de bote protector. Mientras los chavales van al agua, pues tú en plan vigilante yendo de un sitio a otro con los ojos puestos en los peques mientras chapucean.

Entonces, en tanto caminas y te fijas en las conchas arrastradas por el mar, ocurre algo dentro de ti que te emociona. Ves a los críos disfrutar, divertirse con otros de su misma edad y piensas, a la vez que se te llenan los pulmones de aire fresco: “¡qué bonito ser padre!”.

Y hasta hay quien como en un acto de contrición se dice a sí mismo: “mi vida sin ellos… mi vida sin ellos… tal como vivía…”.

Y así estás, como conmovido, a punto de que se te caiga una lagrimilla cuando oyes: “¡papá, veen¡, ¡papááá, veeeeen!”. Lo que es la vida, en instantes tu cerebro dice: “joé, esto de ser padre, meterme ahí con el frío que hace,  ni de broma” y entonces piensas en lo hermosa que debe ser la vida de soltero, sin aguantar a estas bestiecillas, sin nadie, solo, pero absolutamente solo, pero como no lo estás… te acercas a la orilla y dices: “¡¡¡ahora voyyyy!!”.

Joé con las matemáticas

Mira, hay una fórmula matemática, pero no de ahora, si no de hace mucho tiempo, que es: velocidad es igual a espacio partido por tiempo; pues tú la destrozas, porque para quince metros que tienes que andar, adonde están tus hijos, te lleva casi media hora, que no hay animal en toda la fauna de Costa Rica que sea así de lento.

Y llega un momento, que es inherente al cargo de ser progenitor, que te metes en esas aguas y también tu inconsciente piensa: “estos se quedan huérfanos”. Un frío, pero un frío…

Tras cumplir con la tradición, como ya se hace tarde, pero mucho, vuelves tiritando al arenal y se produce algo insólito a esas horas, no te secas, te frotas, te das unas refriegas para entrar en calor y que te circule la sangre… que es mucho.

No sabes si son hijos o peces

Pero esto no solo te ocurre a ti, ¡qué va!, sino a todos los que están en la playa, que a veces piensas si en vez de protector solar no será mejor llevar alcohol del 90 para darte un masaje y alcanzar temperatura estable o incluso un lingotazo.

Y cuando ya estás bien, de repente haces casi de auxiliar de enfermería. Llega tu hijo temblando con los labios morados, como hinchados, y a darle unos frotis que solo te falta hacerle el boca a boca en plan prevención.

Mira, yo no conozco Kenia; pero yo veo salir a mis hijas del agua, veo esos labios, me las imagino un poco más morenas y de ahí a apuntarlas a una maratón, un paso; bueno, un paso, y si ganan algo… una ganga. Por cierto ¿a qué sabrá el alcohol del 90?, con hielo, me refiero.

Manuel Guisande