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Un ensayo sobre los talleres de narrativa: romper las cadenas usando las letras

Mariana Sáenz Mora para El Observador Escribir puede ser un acto de libertad, un romper cadenas por medio de fantasías…

Por ElObservadorCR

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Un ensayo sobre los talleres de narrativa: romper las cadenas usando las letras
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Mariana Sáenz Mora para El Observador

Escribir puede ser un acto de libertad, un romper cadenas por medio de fantasías y realidades entrelazadas; un crear, algo así, como mundos alternos.

Los talleres de narrativa son, quizás, una posible muestra de la necesidad humana de expresarse en un mundo tan apurado y tecnológico como el actual. Una catarsis desde los pasillos internos.

“Entre más se vuelque una sobre el papel sin bloqueos, mayores probabilidades tendrá de hallazgos únicos que no discurren por el lado racional del cerebro y abren el espacio a lo que no es posible explicar con lógica científica”, dice la escritora Aurelia Dobles, quien imparte talleres de narrativa.

“Es como si la escritura circulara por dos vías: la íntima y personal, y la creativa, la cual a su vez es alimentada por la primera”, explica Dobles.

Desde el escribir, bien se puede renunciar a las obsesiones y las guerras emocionales; los desamores podrían vestir un traje más amigable; la muerte es más un acto de trascender y las discusiones terminan en pragmatismos.


“Escribir nos revela que somos más grandes por dentro que por fuera, nos pone en contacto con el hecho de que somos un ser espiritual viviendo una experiencia humana.”


Aurelia Dobles

Se escribe como se vive

“Alejo Carpantier dijo que el escritor es un mentiroso que siempre dice la verdad. Yo digo que mucho de lo que vivo tiene que ver con lo que escribo”, expresa la escritora y directora de talleres Catalina Murillo.

Para ella, cuando se empieza a escribir es cuando se va descubriendo cómo se piensa. Pero es un oficio que requiere práctica; pues en ese mismo proceso de ordenar ideas se va entendiendo y revelando todo.

Quien escribe parece nutrir sus historias de todo lo que le rodea, es similar a una sed insaciable por capturar cada detalle, luego desdeñarlo para crear. Puede sonar simplista, pero la realidad es otra: es un proceso que encierra magnetismo y algo de magia.

“En una obra literaria, el germen primigenio, la imagen detonante es una verdad profunda, algo observado hasta con el rabillo del ojo o una experiencia -que puede ser de observación por supuesto-, algo que conmovió, mueve y lleva al escritor a desarrollar una historia” detalla Dobles.

“La capacidad de volverla ficción estriba en la imaginación y la capacidad de juego con el lenguaje. Igual es un proceso no tan simple, es incluso misterioso donde además, no existen las recetas, solo experiencias que pueden servir de guía”, concluye.

(Foto: Eugenio García-Chinchilla)


“Ojalá toda la escritura implique una senda de autoconocimiento que no esté sujeta al ego”.


Catalina Murillo

“La ética de la palabra”

El arte narrativo exige esa armonía del conocimiento del valor de la palabra y su importancia e impacto al comunicarse.  En estos casos es de una manera muy espontanea, pero el poder de transmitir implica algo que el escritor Rodrigo Soto llama: “la ética de la palabra”.

“El transmitir en un cuento o un relato una realidad, es brindar conocimiento y autoconocimiento: Esto implica conocer, amar y respetar en la vía de las letras para quien las coloca y para quien las lee”, dice.Rodrigo Soto.

Y es precisamente el autoconocimiento lo que permite esa especie de acto sanador. El escudriñar dimensiones y aspectos ocultos para compartirlos erradica la posibilidad de continuar, de alguna manera, presos de ese miedo de lo no dicho.

“Desde luego la escritura es tan generosa como práctica que incluso podría ser válida tan solo como contención emocional, psicológica y espiritual, como vía de autoconocimiento y de crecimiento personal”. Así la visualiza Aurelia Dobles.

Para Catalina Murillo, cuando se escribe en talleres, o por cuenta propia, hay un acto de desahogo. Implica indagar en verdades profundas; libre de prejuicios, sin limitarse por la razón, pues es en ese momento cuando surge la esencia de la persona que escribe sin cimentarse en el sermón.

Radica ahí esa purificación que implica el escribir en este tipo de talleres, que además es un camino propio y único. “La escritura es una práctica que inicia de manera solitaria, es un camino que se emprende para buscar y va relacionado con la ética de la palabra; lo que significan para nosotros mismos y para otros”, explica Rodrigo Soto.

Poco a poco, y en cada línea se libera emoción y/o frustración. El dejarlas descritas en relatos implica también curarse de ellas, consiste en el famoso acto de dejar ir y fluir.

“La palabra permite exponer desde la mediación, los escritos son un tipo de exposición, de desnudez ideológica que nunca hay que subestimar.”


Rodrigo Soto

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