Blogs

Ese “feliz” viajecito a un puertecito de mar

Manuel Guisande para El Observador No es porque sea tonto, que lo soy, o imbécil, que también; sino por precisar,…

Por Blog

Tiempo de Lectura: 3 minutos
Ese “feliz” viajecito a un puertecito de mar
Facebook Twitter Whatsapp Telegram

Manuel Guisande

Manuel Guisande para El Observador

No es porque sea tonto, que lo soy, o imbécil, que también; sino por precisar, por eso que llaman concretar o, mejor dicho, centrarnos, que casi queda mejor.

Cuando vas a un pueblecito que es puerto de mar y porque eres de Cartago, que lo máximo que ves de agua es la del grifo, pues vas a ver eso, el puerto y el mar, hasta aquí lo tienes claro, ¿no?.

Y cuando en la villa marinera no hay donde aparcar, entonces vas al puerto; bien, pues aquí ocurre algo que debe de estar fechado de cuando el hombre inventó la rueda, allá por el MCMVIII ACDC.

Vas a estacionar el auto y, aunque el mar esté como a diez kilómetros, siempre hay alguien que dice: “ten cuidado, no vayamos a caer”. Y en ese momento te da ganas de decir: ¿sabes cuántos turismos caen al mar en un siglo?

Pues desde que Nicolás Cugnot, en 1769, creó el primer vehículo a vapor, al que llamó Fardier (textualmente carro pesado) tres o cuatro y ni Tráfico tiene estadísticas, pero según tú, por bemoles vamos a caer hoy al mar, 15 de julio, a las 20 horas GMT.

Gente con miedo

 Y si esto solo quedara aquí no sería tanto problema porque siempre hay gente temerosa para la que toda precaución es poca (ya sabes, esos que cruzan  por el paso de peatones y si ven una luz roja se paran, sobre todo si es de un club de alterne) y dice cuando vas a aparcar: “¡Ay!, no, yo me bajo”.

Como si el asunto fuera una tradición, tras alejarse del vehículo, da unos pasos hacia adelante mientras mira como haces la maniobra, que supongo que se acerca por eso de que, si te caes, vivirlo intensamente. Porque otra razón es que no la veo, como que se va a tirar el tío ese a rescatarte…

Y al final, cuando has dado 100.000 vueltas visitando el pueblo y, por fin te has dado cuenta de que la villa no da más de sí, que no hay ni dos ni tres plazas con jardines, que es la misma, pero la mismísima porque es imposible, pero totalmente imposible que haya tres tiendas con el nombre de “Empanadas Rodríguez”… cuando decidís iros… de nuevo la misma historia.

Pero entonces ya no es solo el o ella, esto ya es plan grupo, como si con los que fueras, en vez de ser familiares o amigos fuera una banda, y oyes: “casi es mejor que saques el auto y nos subamos todos”.

Claro, o eres totalmente imbécil, vives anestesiado o te crees un superhombre, pero todo da la sensación que si te matas, pues que no pasa nada, pero nada de nada, vamos, que te ahogas y se van todos a “Empanadas Rodríguez” a celebrarlo. Como si lo viera.


Del libro de Manuel Guisande Relatos de verano para reír todo el año disponible en Amazon

Manuel Guisande