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Las terrazas

Manuel Guisande para El Observador Lo de pasar un rato en una terraza me recuerda cuando nuestras abuelas carecían de…

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Las terrazas
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Manuel Guisande

Manuel Guisande para El Observador

Lo de pasar un rato en una terraza me recuerda cuando nuestras abuelas carecían de nevera y tenían lo que se llamaba fresquera: un lugar al aire libre donde la temperatura era menor que en el resto de la casa. Y allí ponían toda clase de productos para que se conservaran.

Pues en las terrazas, el producto eres tú, que después de pasar todo un invierno encerrado, tu cuerpo necesita como un airecillo para que tu organismo recuerde que hay vida después de una estufa.

Y es que el cuerpo no es tonto, tú y yo sí, pero él… él, no, sabe perfectamente que necesita como una brisa para que las neuronas se oxigenen. Para que la piel sea eso, piel, y no cartón, y los pulmones se desnicotinen, que la última vez que te hicieron una analítica te salió un parámetro que ponía Winston. 

Estás blanco, pero blanco blanco

Cuando vas a una terraza lo haces por muchas cosas, desde mirar a ver quién pasa hasta coger color, que estás de un blanquecino que no es la primera vez que casi te atropellan en un paso de cebra por pasar justo por la banda blanca porque ni te ven.

Esto de las terrazas tiene su punto y el personal lo toma con una ligereza impropia de adultos. La gente, obviamente, fruto de la inconsciencia, suele decir con naturalidad ¿”vamos a una terraza”?, pero ir a una de ellas es mucho más, bastante más.

No solo es estar sentado allí, sino que hay quien lo aprovecha para presumir de su iPhone 4.458 colocándolo sobre la mesa o también de gafas de sol. A mí esto de las gafas me descoloca, porque cuando veo a tanto gentío con ellas puestas, irremediablemente se me pasa por la cabeza la Fundación Foal y a punto estoy de pedir un cupón.

Y si no lo compro es porque tengo un tiempo de reacción de 0,00001 milésimas de segundo, que en atletismo dirían que estás dopado, y pienso… “que le toque a otro, que igual me toca a mí y la lío”. Uno que es así.

Y siempre llega el pesado

Lo único que tiene de malo las terrazas es que estás tan feliz allí con tu birrita, y de repente se acerca uno y dice: “¡Qué buen día, casi me siento!”. Claro, si solo dijera eso, “casi me siento”, pues no pasaría nada; pero el tío, que es un pesado, va, se apoltrona en una silla y de ahí no hay quien lo saque.

Y dile tú que terraza no viene de aterrizar, que nunca lo pillaría, pero que tú despegas… vamos que si despegas, pues casi a 0,00001 milésimas de segundo de verlo frente a ti, más o menos.

Suerte tiene el pavo que la reacción se refiere solo al tiempo, que llega a ser de arrebato… y haces lo mismo que los palillos con las aceitunas de la tapa, lo pinchas; bueno no, lo rajas, sí, mejor lo rajas, ya puestos…


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Manuel Guisande