Desde la columna

¡Qué coraje de mujer!

¿Saben para qué necesitan coraje las mujeres que son madres? Para millones de momentos. Para llevar una vida en su…

Por Berlioth Herrera

Tiempo de Lectura: 2 minutos
¡Qué coraje de mujer!
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¿Saben para qué necesitan coraje las mujeres que son madres? Para millones de momentos.

Para llevar una vida en su vientre durante 9 meses, para pujar con fuerza en un parto, para despertarse en las madrugadas, cansadas y dar alimento a sus hijos.

Ocupan coraje para levantarse temprano todos los días y dar la batalla mañanera para que sus hijos lleguen temprano a la escuela, para correr y levantar a un niño del piso, curarle las rodillas raspadas y convencerle de volver a subir a la bicicleta.

Para saber cuando hay que decir no, cuando hay que aplicar un castigo, cuando hay que contener un llanto.

Ocupan coraje para no caer rendidas, cuando hay que trabajar, atender las tareas de la casa, pagar las facturas y sacar adelante a la familia.

No se ni cómo llamar a esa escena. Todas las palabras vienen a mi mente, coraje, valentía, enojo, dolor, ira.

La imagen de esa mujer, con su mirada fija, sus brazos cruzados y cuerpo erguido, firme, frente a quien sería el hombre que abusó de su hija, le quitó la vida y se deshizo de su cuerpo, todavía quién sabe Dios dónde.

Es la misma mujer que recorrió barrios, caminos y trillos, que dio la cara ante los medios de comunicación.

Ella iba adelante durante meses buscando a su hija desaparecida, a su única hija.

¡Qué coraje el de doña Yendry!

Cuánta admiración siento por ella. Comparto su dolor y sin embargo sé que no llego ni siquiera a imaginar por lo que está pasando, lo que ha vivido en los últimos meses.

Pero no quiero ni pensar que tengamos que seguir usando el coraje para enfrentar el dolor de esta manera.

Porque hoy nuevamente, a todos se nos arruga el corazón. Sentimos ira, enojo, frustración, una profunda rabia y tristeza.

¿Cuántas veces más se tendrán que repetir estas escenas? ¿Cuántas madres más van a necesitar coraje para mirar a los ojos al cobarde que le quitó la vida a sus hijas?

¿Cuántas mujeres más tendrán que luchar con uñas y dientes para quitarse de encima a un cobarde, enfermo social? ¿Cuántas tumbas más se tendrán que cavar?

Me duele Allison, tanto como María Luisa, Eva, Andrea, Luany, Stephanie Paola, María Trinidad, Arancha y tantas mujeres más.

Todos estos nombres tienen en común, no solo ser mujeres, sino que a todas ellas les troncaron sus sueños, les quitaron su vida.

Me duelen tanto ellas, como me duele mi hija Isabela y todas las mujeres jóvenes, niñas pequeñas. ¿Qué sociedad les estamos heredando? ¿Qué seguimos haciendo tan mal?

Este dolor que sentimos hoy se debe transformar en acción.

Pero mientras el chiste entre machos de pelo en pecho siga siendo que “no corra como nena”, que “parece una nena quejándose por todo”.

Mientras la queja siga siendo “qué vieja más necia”, “regluda”, “falta de hombre”.

Mientras se nos juzgue por la profundidad del escote, por el largo de la falda, por el número que marca la báscula o la cantidad de copas de vino.

Mientras sigamos siendo zorras, brujas, putas.

Mientras no cambie lo simple, lo cotidiano, lo sencillo, tristemente tendremos que seguir lamentando pérdidas de vidas, sueños truncados y el triunfo de la injusticia y la ausencia de libertad.

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