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Una lápida es mi consuelo: El Covid casi me mata… mami no lo logró

Por José Andrés Soto para El Observador Creo que todo empezó el 27 de diciembre del 2020. Mami y mis…

Por Redacción El Observador

Tiempo de Lectura: 4 minutos
Una lápida es mi consuelo: El Covid casi me mata… mami no lo logró
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Por José Andrés Soto para El Observador

Creo que todo empezó el 27 de diciembre del 2020. Mami y mis hermanas empezaron con síntomas de gripe, yo las visité. Faltaban 3 días para despedir el año. Los planes eran pasarla tranquilos en burbuja, música y claro, las infaltables mascarillas. No se pudo. El 31 de diciembre mami estaba mal, se fue a dormir a las ocho de la noche.

En mi casa chocamos puños a la media noche y nos fuimos a dormir. El año nuevo pintaba mal, a las 9 de la mañana me llevé a mami para un laboratorio que confirmó el diagnóstico: estaba positiva. Sin pensarlo me la llevé para el Calderón Guardia y tras una espera de todo el día, a las 9 de la noche la internaron. “Papito lléveme para la casa” me dijo. “Mami no puedo, aquí es donde la pueden atender mejor”, le dije…agachó la cabecita y guardó silencio.

Ana Cecilia Rivera, la mamá del periodista José Andres Soto.

Yo empujé la silla de ruedas hasta donde me dijeron de aquí no pasa, espérese para cambiarla y darle las cosas. “Ahora sí, despídase de su mamá porque aquí no hay visitas, la volverá a ver hasta que salga”, me dijo el enfermero. “Mami te amo. Va ver que ahorita estará otra vez en casa”, acaté a decirle, ella me miró y me dijo: “Sí yo igual…hasta luego”. Fue la última vez de la vi con vida…

El 4 de enero del 2021, me fui con mi hija Camila a hacernos el examen; mi esposa Sissi prefirió no hacerlo. Ya éramos contacto epidemiológico, mis tres hermanas guardaban cuarentena pues todas dieron positivas. Kathia la pasó bien, Ana y Ericka con una quiebra huesos durísima, pero en sus respectivas casas.

Ese lunes me confirmaron la enfermedad y de inmediato me aislé en mi cuarto. Por la gracia de Dios mi hija, Camila, dio negativo. Empezaron los escalofríos, la fiebre de casi 40 grados, los dolores de todo y especialmente la falta de oxígeno. Dos días, personeros de Emergencias Médicas me visitaron en la casa, pero el tercero (7 de enero), una doctora me dijo: “Usted ya no puede estar más aquí…vamos para el hospital”

Ya conocía bien el protocolo en la carpa Covid del Calderón. Entrevista, examen de gases arteriales, un tanque de oxígeno y la noticia: “Don José, lo tenemos que internar” El mismo recorrido que seis días antes había hecho con mami. Me quité la ropa, me pusieron una bata y un pantalón celestes y llegué a un salón donde había 5 personas más.

José Andrés Soto

Pasaron el día 8 y 9… fue aquí donde todo empeoró: empezaron los episodios de asfixia. Yo respiraba con dificultad, saturaba entre 87 y 88. No recuerdo ni cómo, ni por qué pero de repente empezaba a ahogarme. Era como respirar a través de una piedra. Una enfermera corría a mi cama, me ponía de medio lado y me decía: “Don José, tranquilo. Escúcheme…siéntalo, ahí usted tiene un poquito de aire, respírelo…con calma…respire…” , no recuerdo cuantas veces me pasó esto, pero al día 10, ya estaba conectado a un equipo de alto flujo de oxígeno.

Una cánula me pasaba 50 litros de oxígeno, por la vía esteroides y cada 12 horas una punzada cerca del ombligo con anticoagulante. No me podía mover de la cama. A mis 55 años supe que me bañaran en una cama de hospital.

Mientras todo esto pasaba, mi pensamiento también estaba un piso más arriba, donde sabía que mami enfrentaba su propia guerra contra el covid. El 11 de enero, no recuerdo la hora, un médico llegó al salón y me dijo, desde la ventana con ayuda de un radio de comunicación: “Soy portador de una mala noticia….su mamá, acaba de morir”….

18 días después, el 29 de enero, salí del hospital. Con 20 kilos menos, todavía con dificultad para respirar y sin mamá.

Me reencontré con Sissi y con Camila en la casa, donde pasaron solas y angustiadas. Me contaron del reporte diario de la doctora que las llamaba siempre a eso de las 9 de la noche para informales de mi evolución. Un par de veces el pronóstico fue poco alentador: “Si don José no se repone en las próximas horas, tendremos que subirlo para otros tratamientos”

Fueron las oraciones de un número increíble de personas, algunas que no conozco, las que hicieron el milagro y sin duda, creo por mi fe, que mami ofrendó su vida por mí. Luego de su muerte, cada vez que me empezaba una crisis de asfixia, yo me agarraba de la baranda de la cama y le decía: Mamita ayúdame…la asfixia fue desapareciendo poco a poco

Enfermo y ahora sin mamá, el covid me golpeó también sin trabajo y lo menciono porque esto me da la oportunidad de agradecer a decenas de personas que se solidarizaron con mi familia. A la casa llegó comida y a la cuenta de ahorros plata. Gracias a todos por tanta generosidad y por darme la oportunidad de conocer la misericordia de Dios por medio de ustedes.

Ya más repuesto, una semana después de mi salida, fui a la tumba de mami. Ahí estaba. Fue como un enorme acto de fe. Mi mama estaba ahí enterrada. Lo aceptaba solo por la certeza que me dieron mis hermanas, mi esposa y mi hija…ahí está mami, Ana Cecilia Rivera Vargas, la que merecía una vela llena de flores y de montones de personas hablando de ella, la que merecía una misa abarrotada y un cementerio con música, pero que el covid convirtió su funeral en una carrera contra el tiempo.

El 27 de marzo, dos meses y 16 días después, pusimos su lápida. Un trozo de mármol que recuerda el día nació el ser de luz más maravilloso que me dio la vida; Ana Cecilia, la Tita de todos, la mamá que hoy nos acompaña como siempre lo hizo…es triste, pero por fin, frente a su tumba, el consuelo me llega de a poco… “Mami te amo”… “Yo igual, hasta luego” me dijo.