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Una pregunta: ¿en Costa Rica no hay demasiada naturaleza?

Manuel Guisande para El Observador Yo esto de la naturaleza mucho mucho no lo entiendo. Para mí hay demasiado verde,…

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Una pregunta: ¿en Costa Rica no hay demasiada naturaleza?
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Manuel Guisande

Manuel Guisande para El Observador

Yo esto de la naturaleza mucho mucho no lo entiendo. Para mí hay demasiado verde, y que conste que me gusta el verde, pero tanto…

Cierto que hay flores amarillas, rojas, violetas, azules, blancas, y algún animalillo suelto.

Pero a mí me sale un 90% color verde, un 9,999999% variopinto y un 0,000001% “no sabe”  o “no contesta”, que supongo que en ese porcentaje estarán los que tienen problemas de visión o no ven ni directa ni indirectamente.

El caso es que cuando a mis amigos, aquí en España, les digo que escribo en el El Observador de Costa Rica, la frase que más oigo es: “¡¡tiene una naturaleza impresionante!!”

Y es cierto: de los 51.000 kilómetros cuadrados que tiene el país, más de la mitad son bosques, selvas y algo de césped.

Vida entre impresionantes árboles 

A mí me parece muy bien que la gente ande veinte o treinta kilómetros entre guachipelines, jacarandas, robles y malinches.

Que después de mucho caminar descanse a la sombra de un impresionante guanacaste y que al llegar a casa se haga un torniquete en los pies para no desangrarse y que se cure.

La única marca que he tenido en el cuerpo fue por poner mal la cabeza en la almohada

Eso me parece genial, incluso que luego te cuenten cómo subieron por una roca trepando con las manos.

O agarrándose a las hierbas que encontraban a su paso y que tardaron siete horas yendo a gatas hasta que llegaron a la cima.

Hasta me parece bien y emocionante que te enseñen las heridas en manos y pies, o un trozo de una rama que tienen como recuerdo y a la que si no se llegan a agarrar caen de cabeza desde más de mil o dos mil metros.

Pero en mi caso…

Yo ante eso, sinceramente, me descubro, porque en mi vida la única marca que he tenido en el cuerpo fue en la mejilla.

Pero de poner la cabeza mal en un pliegue de la almohada al dormir la siesta. Y eso, pues mucho, lo que se dice mucho mérito no tiene, todo hay que decirlo.

Como digo, todo eso me parece formidable: subir montañas, bajarlas, rodearlas, quedarse años a meditar en ellas o plantar patatas. Pero, no sé cómo decirlo, tanta naturaleza… a mí con una maceta me llega.

Yo veo una maceta y no necesito más y, además, soy tan consciente de proteger el medioambiente, que si me invitan a ir a tal parque o a tal lugar donde hay unas vistas impresionantes, digo que no, que es mejor que no vaya.

Pero lo digo no por molestar o hacer un desaire a quien me convidó, sino porque respeto la naturaleza y no quiero contribuir al efecto invernadero y cosas de esas.

Me pasa lo mismo

Siempre que veo la grandiosidad de la naturaleza me pasa lo mismo

Yo si no voy es por una razón. Mira, a mí me llevan a un sitio virgen, pero virgen virgen, que hasta se puede llamar Santa Flora del Niño Jesús y me pasa lo de siempre.

Llego, miro al infinito, lleno de aire los pulmones, que hasta me da la sensación de que voy a ascender como un globo aerostático, y lo primero que hago es sentarme, y después saco un mechero y enciendo un cigarrillo.

Y claro, que por un cigarrillo mío; sí, mío, pueda comenzar una contaminación y una deforestación galopante e irreparable, pues no me lo perdonaría.

Por eso a mí me llega una maceta, como la que tengo en casa, que ayer me dio una gran alegría, pero una alegría inmensa al comprobar que ya le está saliendo una planta de tabaco.

Manuel Guisande