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De verdad… no hay como el momento sombrilla

Manuel Guisande para El Observador No sé si es cosa mía, pero el momento en el que vivo con más…

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Tiempo de Lectura: 2 minutos
De verdad… no hay como el momento sombrilla
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Manuel Guisande

Manuel Guisande para El Observador

No sé si es cosa mía, pero el momento en el que vivo con más intensidad el verano es cuando voy a la playa y pongo la sombrilla. Yo cuando la instalo me emociono; algo imposible de describir recorre mi cuerpo porque me siento igual o más que Neil Armstrong cuando fijó la bandera americana en la Luna, unos nervios…

Yo no sé si es por influencia de mi mujer, que es de Ohio, pero cuando ella, que maneja el módulo lunar, encuentra un sitio para aterrizar en el arenal, yo me transformo y hasta mis movimientos son lentos, como si hubiera menos gravedad.

Yo respiro de forma entrecortada, aunque esto no lo tengo muy claro si es por la euforia del momento o por haber cargado con 10 flotadores, cuatro sillas, y dos bolsas con mil bocadillos… pero como que el aire no me entra bien.

Lo que sigue…

Tras alunizar, agarro el mástil y busco el lugar idóneo. Es cierto que tardo algo, porque a veces la comandante Paynther, mi mujer, una profesional, con carácter, sí, pero una profesional, me dice: “Pero ponla, date prisa”.

Entonces… pues que las cosas no se hacen así como así y (esto no lo sabe ella) me comunico con Houston vía telepática: “Roger Roger, que la comandante Paynther me dice que coloque ya la sombrilla”. “Recibido Jhon Guisande, entonces pasamos al plan B, cambio” “ok, Roger, plan B, confirmado, cambio”.

Y al poco rato “Houston Houston, preciso nueva telemetría y coordenadas, el mástil no entra entre la toalla, la bolsa de los bocadillos y el agua, cambio”.

“Aquí Houston, ¡¡has dicho agua!! ¡¡has dicho aguaaa!! ¡¡¡has encontrado aguaaaaaaa!!!, cambio”. “Roger, negativo, es la botella de agua mineral, repito, botella de agua mineral, cambio”.

Al final, cuando la coloco, sin que nadie lo sepa, me llevo la mano a la frente, hago un saludo militar que nin diola, y hay veces que se me caen como unas lagrimillas.

Es que cuando veo la sombrilla flamear, que está bien orientada con respecto a los demás planetas y cruza perpendicularmente al Cinturón de Orión, tengo la sensación del deber cumplido, que he servido para algo en la vida, que el duro entrenamiento de invierno ha merecido la pena.

Yo en esos momentos me da la sensación de que todo ese sacrifico me ha hecho ser más hombre, más buena persona, y cuando veo esa sombrilla que no cae, que permanece en pie, firme, inmóvil, sin un ligero movimiento, de verdad yo…

Es que me emociono, pero siento que no sé si he dado un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la Humanidad, pero con la sombrilla clavada… que me he sacado un peso de encima… ni lo dudo.


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Manuel Guisande