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El misterio de la tarta en la nevera

En verano es normal que a tu casa venga algún invitando; bueno, normal, no, totalmente anormal, porque en invierno no viene ni Dios y en esta época estival tu casa parece el metro.

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Tiempo de Lectura: 3 minutos
El misterio de la tarta en la nevera
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Manuel Guisande

Manuel Guisande para El Observador

En verano es normal que a tu casa venga algún invitando; bueno, normal, no, totalmente anormal, porque en invierno no viene ni Dios y en esta época estival tu casa parece el metro.

Un  trajín de gente que entra y sale, aunque a veces pienso si es al revés, si solo sale, porque nunca los vi entrar, pero bueno, digamos que entra y sale.

Yo hasta a veces he pensado si mi casa la promocionan poniendo anuncios en cafeterías, bares, restaurantes, facebook, instagram… yo que sé, pero algo tiene que ocurrir porque tanta gente… además, que yo no tengo tantos amigos; pero no vamos a entrar ahora en eso, mejor.. salir.

Un curioso desfile

El caso es que cuando hay una de esas comidas y se van los autoinvitados, que también vienen muchos, siempre sobra algo de postre, generalmente una tarta que termina en la nevera y también siempre pasa lo mismo.

A media tarde hay un desfile con un disimulo hacia el frigorífico que parece aquello el Camino de Santiago, pero en fila de a uno, más firmes que los de la UEI y a un paso tan lento que hasta he pensado si mis hijos tienen artrosis, pero tan jóvenes.. me parece raro.

¿Y eso es malo?, ¿es mala esa peregrinación al frigo?, no, si para eso está la tarta, para comerla. Ese no es el problema, el problema es cuando vas y te encuentras que cada vez hay menos; pero no menos, sino tan poco menos que te preguntas: “¿y por qué no la acaban?, para dejar esto…”.

Este es el verdadero problema: ¿para qué vas a dejar un trocito tan pequeñín él, pero tan pequeñín que te resulta casi imposible cogerlo y cuando lo pruebas ni notas el sabor…? Y luego, ya metido en el ajo, te preguntas: “Y el que rebañó toda la bandeja ¿por qué la dejó y no la tiró a la basura?”.

Con rayo láser…

Y como estás tan enfrascado con el asunto, analizas el minúsculo trocito que queda y piensas: “¿y de dónde habrá sacado el láser para cortar?”, porque no tienes la menor duda que fue con un  láser, que eso con un cuchillo es imposible, que no hay ser humano que tenga tal pulso.

Tú, que ya eres rarito, y de lógico no tienes nada, te quedas allí, pensativo, mirándola bandeja por si te da alguna pista el asunto, que no sabes cuál, pero allí estás como si esperaras una revelación.

Mira por donde, así, a lo bobo, empiezas a darte cuenta que en casa tienes a alguien que es meticuloso de carallo, que le debe encantar el miniaturismo, y parece que no.

Pero hasta como que ves que alguien cercano a ti va a tener un futuro prometedor, pero que muy prometedor en lo que es la investigación, como mínimo de nanopartículas, porque el corte lo ha hecho… vamos, lo ha hecho de célula madre.


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Manuel Guisande