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Por lo visto, las jornadas playeras son así

Manuel Guisande para El Observador Os lo juro que yo soy sociable por naturaleza, pero a mí esto de ir…

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Por lo visto, las jornadas playeras son así
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Manuel Guisande para El Observador

Os lo juro que yo soy sociable por naturaleza, pero a mí esto de ir en manada a la playa…

El caso es, que por esas cosas que tiene el verano, allá fuimos a un arenal con otras familias, que más que bañistas parecíamos expedicionarios sin rumbo y desesperados.

Y tú ya sabes lo que es la exasperación, sobre todo la infantil: un niño que grita, el otro que llora, este que tiene sed, aquel que quiere hacer pis… es lo que llaman relaciones sociales. Aunque por un instante pienses en gasearlos a todos y entregarte a la Guardia Civil, que peor no te van a tratar.

Pues así, como una banda, nos fuimos a eso que llaman playa y, nada más salir del auto, me encasquetaron una sombrilla, unas aletas y un flotador redondo que puse en la cabeza. Y así iba y  cuando el flota ese redondo se escurrió y me quedó a la altura del cuello, como una soga, pero de colores.

Temas “apasionantes”

Así, anda que te anda, con el aro ese que no me dejaba ver, escuché que alguien hablaba de la educación de los niños (tema apasionante, por supuesto, y más con 30 grados a la sombra) y no sé qué de que la policía buscaba a un desaparecido.

Entonces, fíjate lo que es la vida, fue esto de oír lo de desaparecer, largarse, perderse, desvanecerse o disiparse, cuando mi mente voló y se percató de que el plástico ese del flota tiene un olor… y si lo chupas pica… ¡¡buah cómo picaaaa!!

Pues en estas estaba, con la boca ardiendo y pensando en algo de lesa humanidad, cuando de repente… la playa. Me quité todos los bártulos y cuando ya me había vuelto a transformar en ser humano y encontré mis brazos y pude ver mis piernas…

Lo del mar fue visto y no visto, y no porque el mar sea pequeño, que es una bestialidad, que no sé para qué la gente quiere tanta agua, sino porque inmediatamente uno de los niños, ni que me viera cara de inflador, se acercó y me dijo con esa vocecilla que te lo esperas todo: “¿me hinchas el balón?”.

Claro, yo estuve por preguntarle si no tenía padre o si al pobre lo habían operado de pulmón; pero qué culpa tiene la criatura; y allí me ves, soplando y resoplando, doliéndome la boca, la faringe, la laringe, los pulmones y el diafragma, las cuerdas vocales y las consonantes.

Y así acabó el día; bueno, acabar, acabar, acabar, lo que se dice acabar no, porque con lo que viví, para mí que tengo secuelas cerebrales de por vida. Pero de lo que sí estoy seguro es que el plástico del flotador pica… joé como pica.


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Manuel Guisande