Ojo Crítico

(Video) Una mañana de pandemia en una cuartería: “Si me pongo a pensar mucho en eso me vuelvo loca”

Esta es una nota realizada de forma colaborativa con el medio digital No Pasa Nada. Qué lejos pasa la esperanza…

Por Manuel Sancho

Tiempo de Lectura: 6 minutos
(Video) Una mañana de pandemia en una cuartería: “Si me pongo a pensar mucho en eso me vuelvo loca”
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Esta es una nota realizada de forma colaborativa con el medio digital No Pasa Nada.

Qué lejos pasa la esperanza
En los techos de cartón

El olor del centro de nuestra capital no tiende a ser esperanza, sí a cartón húmedo en el caño. En ciertas zonas del corazón de San José – por ahí en avenida 9 entre calles 2, 4, 6, 8…varios puntos más – huele a algo más complejo, a la arrastrada mezcla de pobreza, inseguridad y miseria. Un ecosistema fértil para que se reprodujeran las cuarterías, un modo de vivienda inaceptable para cualquier autoridad pero irreparable en la fallida Costa Rica bicentenaria.

En tan poco espacio y compartiendo con desconocidos el aislamiento social que piden las autoridades es difícil. (Manuel Sancho/El Observador)

Es en una cuartería donde reposa la madrugada y despierta tarde en la mañana Floribeth Pérez. Concretamente en la cuartería de Payaso, en los alrededores del Museo de los Niños. Un policía municipal, un guarda de seguridad, el encargado de un parqueo y un trabajador de limpieza municipal todos nos dan razón de hacia dónde caminar. Los josefinos conocen el inmueble.

Uno que cree en Dios tiene que pedir por la gente. Dios verá a quién se lleva y a quién no. Decían que a la gente la quemaban y no la dejaban ver. El que se muere lo echan en dos bolsas, lo tapan y no lo pueden ver, pueden ver el bulto”, resume doña Flori sus sensaciones ante el coronavirus; enfermedad que se combate con distanciamiento, algo casi imposible en estas estructuras.

La noche del 4 de julio, Salud reportó la decimonovena muerte por COVID-19, un joven que la Cruz Roja trasladó en estado de shock desde una cuartería al hospital San Juan de Dios, enviando un eco de alarma por el golpe de la pandemia en estos asentamientos.

Nadie de mi familia se ha muerto de eso“, celebra la mujer cercana a cumplir 68 años, aunque no tiene contacto con su amplia cantidad de familiares.

“Yo estaba en una cuartería allá por el Líbano. Cuando nos dimos cuenta que una señora en la planta de arriba tenía eso (COVID-19). Yo oí ‘¿qué vamos a hacer’?. El dueño llegó y nos metieron en cuarentena 15 días, nos dieron dos diarios grandísimos. El IMAS nos ayudó a 100 mil por mes, tres meses. Al señor (que tuvo contacto con la contagiada) le dieron cacería en San Isidro y no tenía nada”, describe Pérez sobre su encuentro más cercano con el virus.

Estuvo nueve meses en total ahí, pero con el incidente se movió desesperada. “Dos meses después cerraron, pero dicen que sí hubo (contagio)”, señala.

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Alcohol y mascarilla

Los administradores de la cuartería colocaron un lavamanos y alcohol en gel en el exterior. (No Pasa Nada)

A esta cuartería se entra bajando del nivel de la acera. Son pasadas las 9:00 a.m. de un día radiante de sol, y un joven duerme tumbado en un sofá en la entrada, no un cuarto. Todos se despiertan después de las 11:00 a.m. según doña Flori.

El presunto propietario, Payaso, tiene años de ser figura de la “Zona Roja”. Es un hombre de apellido Navas en el pasado investigado por venta de drogas, según un reporte de La Nación del 2005, cuando el Ministerio de Salud derribó una de sus cuarterías.

Pero son organismos que renacen de cualquier escombro. Y en el mismo punto, en otra versión de cuartería de Payaso, un hombre degolló a una mujer, tiró el puñal y en Hatillo se entregó a la policía, de acuerdo con el recuento oficial informado por varios medios.

Floribeth Pérez se trasladó para este asentamiento hace más de un mes y no teme la cercanía de sus vecinos. “Este señor nos cuida mucho. Nos tiene gel. (…) Si vamos al servicio o al baño, vamos y venimos, nos obliga a andar esto“, dice tranquila mientras toca nuevamente su mascarilla.

Ella paga ¢1.000 o ¢2.000 por noche (¢30.000-¢60.000 al mes) en un espacio con dos pisos, un sofá roído, un patio con luz para cocinar, ducha y baño.

“Uno siente un temorcillo pero hay que ser valiente. Uno anda mascarilla, me canso porque padezco de asma y comienzo a ahogarme, ¡yo me la quito! Digo ‘no me va a pasar nada’. Llega un momento en que uno cree que no existe eso. Si me pongo a pensar mucho en eso me vuelvo loca, me muero del miedo”, afirma antes de lamentar que una hija – con varios factores de riesgo – no la dejó entrar a la casa.

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“Cigarro suelto, cigarro suelto” y alguna “ropilla”

El espacio de este cuarto no supera los cuatro metros de largo y dos de ancho. (Manuel Sancho/El Observador)

Doña Flori vende cigarros y pide en calles josefinas, pero esa venta ambulante también decreció con la pandemia. Su cuarto dibuja pocos artículos, un bolso, unos baldes para lavar “el poquillo de ropia” como dice, unos cepillos de dientes en la caja puesta en la pared, un paño guindado y poco más. Nada para cocinar, más que un sartén tirado, y un

“Yo hacía diez, cinco mil pesos, y comía riquísimo, hasta me hacía pollito”, sonríe mientras rasca su brazo izquierdo lleno de cicatrices de cortaduras.

“Hay que agradecer donde uno vive. No es qué bárbaro, qué fino, pero es una parte muy aseada y la gente es agradecida. Uno no se mete con nadie, es tranquilo”, asegura la oriunda de San Carlos, vecina de San José desde los 14 años.

Se acercan las 11:00 a.m. y ya se escucha algo de vida y el placer de un café en la cuartería de Payaso. Un hombre negro delgado y amable con acento extranjero nos sonríe pero se esconde de la cámara. Mientras una mujer advierte que no podemos andar por toda la casa.

Subimos apesadumbrados las gradas y regresamos al sol josefino. Atrás – en la capital, en Heredia, en todo el país – atrás quedan miles de ciudadanos para quienes la pandemia no es un virus del cual se pueden cuidar con las mismas normas que el resto, sino una neblina silenciosa que se esparce, mata y encuentra puertas abiertas ante la pobreza.

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Doña Flori conversó con nosotros luego de que le entregamos algunos alimentos. (Manuel Sancho/El Observador)

Cuando el presidente Rodrigo Carazo (1978-82) creó el Ministerio de Vivienda y Asentamientos Humanos – siendo el primer titular sin cartera Jorge Carballo – lo hizo impulsado por la visión de Naciones Unidas de priorizar vivienda digna. No imaginó el concepto de cuartería, pero sí estaba posicionada la meta de erradicar tugurios, precarios y asentamientos informales.Cuatro décadas después, Costa Rica sigue invirtiendo miles de millones de colones en bonos y proyectos de vivienda social, sin resolver el déficit, como la pandemia violentamente recordó.El X Censo Nacional de Población y VI de Vivienda 2011, en su apartado de Características de las Viviendas, definió un total de 4.614 espacios como “Cuarto en cuartería”, de los cuales más de la mitad – 2.415 – estaban en la provincia de San José.El concepto se acuñó en décadas recientes y representa un conflicto social lamentado por todos pero permanente en nuestras ciudades.Recientemente el Programa Estado de la Nación recordó que para amplios sectores de la población centroamericana no es posible atender el distanciamiento social para frenar a COVID-19.

Las paredes de madera delgada, plywood o cualquier material que resista dividen los múltiples cuartos. (Manuel Sancho/El Observador)